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DOMINICANEANDO

Epístola sin tiempo para Duarte

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José Miguel Soto JiménezSanto Domingo

Es por lo de “Quisqueyanos valientes alcemos” y otras cosas. Por esta adolescencia de sol en que vivimos, que me atrevo a escribirle, Comandante. En modo alguno crea que me he olvidado de usted. Ni en un solo momento he dejado de ver su cara de apóstol en la vejez adusta de la tarde. Habita usted despierto en mi recuerdo, resumido en todos los insomnios del pueblo irredento, en la desfachatez tropical del país sin estaciones. Y aunque su nombre parezca que se me ha quedado varado entre los libros de texto y los discursos, jamás ha estado ausente del dilema esencial que nos ocupa. Aquí, todo lo tangible e intangible, todo lo relativo y absoluto de este “ardiente rincón del mediodía” tiene su nombre. El apellido de sus sueños germinando, echando raíces en la multiplicidad de su recuerdo. Su mirada serena que reprocha la infamia, la dejadez, la indiferencia. Su silencio que acusa y emplaza iniquidades. Mire desde su hora eterna los paisajes, todo el ámbito sagrado de la nación está lleno de su implacable sueño. La vigilia de un sueño sin reposo que desbordó su tiempo. Ya aprendieron a musitar su nombre las banderas. Es usted mi hombre comandante. Porque usted no se vende ni se compra. Porque usted no se transa ni se cambia de partido. En usted comienza y recomienza eternamente la historia de este pueblo. El caballo de Duvergé que aún mira vigilante hacia el Oeste. El machete redentor forjador de libertades. El gallo, la gallera, la bachata, el mar que circunda los anhelos, el ron, la fe, el horizonte. Es usted Patria desnuda y absoluta. Solo patria, sin eufemismos ni mentiras. Solo patria sin engaños ni traiciones. Siga durmiendo el sueño de la vida permanente, dulce aborigen de la gloria. Siga usted imperecedero en todas las memorias del paisaje. Porque usted ni figura, ni héroe, ni prócer ni hombre, solo patria poblada, libre y absoluta. Toda esta latitud sangrienta de sol, para la breve geografía de su nombre. El tiempo suspendido esperando que dijera usted: vamos a escribir la historia, y despertaron las cañadas de su ensueño de brisas galopantes y palmeras. Por usted, “compadre Pedro Juan baile el jaleo”. Caña brava, caña dulce”, “por ahí María se va”. “Dolorita si mis ojos te dan pena”, “Hatillo Palma”. Cada porción de espuma, Cada ración de polvo. Toda diversidad multiplicable. Todo elemento puro o combinable. Todo construyendo el trozo nominal que le define. Lo que falta o lo que sobra. Lo que se aguarda. Lo que se espera. Lo que se añora. Lo tantas veces postergado. Lo que ya no espera más. Lo que desmiente la paciencia. Lo que por fin llegará tarde o temprano. Lo que tiene que llegar “el día menos pensado”. Usted inconmovible, imperturbable, impertérrito, recontando la siembra. Obsesionado, tozudo, testarudo, ofuscado y obcecado. Usted, tres veces usted, tan parecido a usted mismo. Tan irremediablemente usted en su cordura. Insurreccionado en su inmortalidad. Ni mártir, ni individuo. Ni definición, ni conclusión posible. Ni prócer, ni paladín. Ni mártir, ni historia, ni caudillo. Imposible de ponderar sensatamente. Solo isla y mar, Montaña y siembra. Juan Pablo aire, Juan Pablo sol, Juan Pablo espermas y crepúsculos.

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