PANCARTA
La bacteria del mal no está en la sábana
El alboroto hecho por vender la idea de una jornada para desinfectar los cuarteles terminará en el fracaso, con la agravante agregada de mezclar a justos y pecadores de inmediatos efectos contraproducentes. El oficialismo comete de nuevo el mismo error del bullicio en su falsa creencia de que la población se chupa el dedo. La alharaca llegó a un punto que algunos han tenido que recular o guardarse la estridencia. La corrupción en las Fuerzas Armadas no se cura metiendo a mansos y cimarrones en un mismo saco. Especialmente si los que eligen a quien ofender y a quien proteger carecen de las rayas de honestidad para emprender esa delicada misión. El malestar de fondo en las Fuerzas Armadas es sencillamente una expresión de lo que sucede en las cúpulas estatales. Si la corrupción ha permeado el uniforme militar es porque hace ratos hizo lo mismo con los trajes de los civiles “con rango de Secretario de Estado” y mucho más arriba. ¿Qué Valentín no conoce al hombre del maletín? ¿Y en que país es que vive? ¿Acaso el gas morado no tiene un tufo pestilente? Bastaría que instalen cámaras ocultas en las dos cámaras legislativas. Se registrarán en breve escenas y movimientos “de brinco y espanto” como diría Max Álvarez. Las dos cámaras se autorretratan con solo citar el barrilito y el sueldito como ingresos por la derecha. Si continúa el vistazo a los demás poderes, se encontrará con el moho y la fermentación ya conocidos. Muy grave error entonces pensar que la bacteria del mal está en la sábana. La corrupción viene de lejos, como se sabe. Y es degenerativa bajo la protección de la impunidad, lo que explica que a un gobierno corrupto le siga otro más corrupto. Se suplanta el pudor y la vergüenza por el descaro en el enriquecimiento mediante las arcas públicas. La enfermedad que padecen las Fuerzas Armadas se profundiza en vez de curarse con “limpiezas” de maquillaje o arreglos de pelo. Mientras tanto, manténgase atento a ver si aparece la caja negra de uno que otro escándalo. Sin embargo, “hay Patria todavía”. En medio de la bruma emerge la silueta de un Rafael Fernández Domínguez que predica con su trayectoria y pensamiento, aún desde su tumba, los deberes del oficial a emular. Aquel oficial imposible de enredar en las madejas de la corrupción estatal.