Retiros y purga

La depuración y saneamiento de los cuerpos armados de la nación, que en otro lugar y en otras circunstancias debía verse como algo natural y permanente, aquí se ha convertido en una urgente necesidad. Sin embargo, y pese a los reclamos de la hora por hechos en los que han estado vinculados muchos uniformados, hasta el cardenal López Rodríguez tuvo que advertir: “Hay que ser cuidadoso con la depuración”. Y no era para menos, a la luz de los sobresaltos, incertidumbre y hasta angustia de los últimos días, no propiamente en los cuarteles, sino en los hogares con familiares de altos rangos, por el temor a que la coyuntura y las circunstancias los metieran en el saco equivocado, el del escándalo o el cuestionamiento, con lo que en vez de un retiro merecido por sus años de servicio, le sobreviniera un infernal descrédito. En uno que otro caso, muy inmerecido, lamentable y de mal gusto, finalmente resultó lo último. Y es que, ante a una fecha normal de retiros, de cambios y de ascensos, no debió hablarse de “lacras”, de “purgas” ni de “Najayo”, por el riesgo de que todos los de la lista (en principio se filtró que eran 47 generales) fueran metidos en el saco de los “dañados”. Nada más equivocado y dañino para la moral personal y para el cuerpo institucional. Debe llegar el día en que, con instituciones fuertes, y normas que se respeten y sean para todos por igual, entre los uniformados de altos grados no haya “sustos” ni disgustos, dependiendo de la suerte o del privilegio que le acompañe. Así, el retiro, pero también el ascenso y el reconocimiento a capacidades y méritos llegarían siempre solos, a su tiempo. Por lo mismo, los que ya fueron jefes o les pasó su tiempo, aun cuando fueran utilizados por los gobiernos en puestos civiles, no tendrían porqué seguir, sin límite, teniendo la ropa y los rangos que le correspondería a otros, más jóvenes y a veces más preparados que ellos. Ejemplos hay de sobra (¿).