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Opinión

Hay que perder el miedo

No importa quién o quiénes estén implicados en los vergonzosos hechos de complicidad con el narcotráfico. Sus nombres deben revelarse. No importa quién o quiénes sean los responsables de la fabricación de medicinas falsas. Sus nombres deben revelarse. No importa quién o quiénes sean los evasores de impuestos. Sus nombres deben revelarse. No importa quién o quiénes hayan cometido el fraude millonario contra el fisco de los Estados Unidos. Sus nombres deben revelarse. No importa quién o quiénes realizaron el atraco contra Parmalat. Sus nombres deben revelarse. No importa quién o quiénes están detrás del robo de las tapas y alambres que luego funden para vender. Sus nombres deben revelarse. Deben revelarse los nombres de todos los que cometen actos delictivos porque no es justo que los que cumplimos las leyes escritas y no escritas, los que no tenemos cargo de conciencia alguno, andemos en igualdad de condiciones con los delincuentes que avergüenzan la nación. No es justo callar la lista de extraditados relacionados con Quirino, dejando que el morbo y la especulación quieran implicar en esa lista a sabe Dios cuántos inocentes. No es justo desprestigiar todos los militares del país por unos pocos que no han sido capaces de honrar el uniforme. Por eso, deben revelarse los nombres de los que enlodan las Fuerzas Armadas. No importa quién o quiénes sean los corruptos en el sector público o en el privado. Sus nombres deben revelarse. Hay que revelar los nombres de todos los que infringen la ley, civiles y militares, pobres y ricos, comerciantes acaudalados o simples chiriperos, porque no podemos permitir que el silencio cubra los delitos y que se institucionalicen la cultura del engaño y la solapa. Recordemos al profesor Juan Bosch cuando nos llamó a todos los dominicanos a perder el miedo. Recojamos las palabras del Presidente Fernández y no demos tregua al crimen organizado. Que las instancias a las que competen los delitos pierdan el miedo, hablen, actúen en consecuencia y hagan suya la siguiente sentencia de Clemenceau: “Manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra”.

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