Doña Rosa Emilia Sánchez de Tavares In Memoriam

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Fray Junípero CasablancaSanto Domingo

Doña Rosa Emilia Tavares es una de esas personas especiales que usan este paseo por la vida para llenar a muchas otras personas de esperanzas, de amor, de su ejemplo, y de temple para enfrentar las adversidades y sobre todo para enfrentar la lucha contra el cáncer. La clave de su existencia era que vivía entregada al servicio para los más necesitados y por los enfermos. Sus días estaban llenos de preocupaciones por conseguir los medicamentos, los equipos, las camas, los médicos y el personal para que tantos dominicanos afectados por el cáncer pudiesen sobrevivir el embate de este temible flagelo. Su lucha fue infatigable hasta lo último, ya siendo una persona anciana con tan pocas expectativas de vida, y que todavía se entregaba en cuerpo y alma a buscar los fondos y a construir lo que sería el nuevo instituto contra el cáncer. Muchas hubiesen utilizado su estatus social para adelantar lo propio, pero no, Doña Rosa Emilia era una abanderada de una causa más noble y más importante. La lucha contra el cáncer era su ministerio y también fue su vida. Conocí a Doña Rosa cuando era muy niño. Vivía en el mismo vecindario y solamente tenía que cruzar la calle para llegar a su casa. Su esposo, Don Manuel Tavares, era ingeniero y dirigía una gran empresa de materiales de construcción. Mis padres conocían a Don Manuel desde que ellos eran niños en Santiago de los Caballeros. Se trataban como familiares y curiosamente los nombres de los hijos de ambas familias se parecían. Eran así las cosas en el Santiago de aquella época y las tradiciones se traspasaron a Santo Domingo cuando migraron a la ciudad capital. Jugaba pelota con Manuel Enrique (Ique), el hijo, y lo veía siempre con tanta admiración por sus cualidades como atleta y como líder de su grupo. Ique era mayor que nosotros y era un as en la bicicleta, en el béisbol le pegaba más duro que los demás, y su puntería con aquel rifle de balitas calibre .22 era un mito, ya que podía tumbar hasta cinco pájaros posados en una mata. Ique era líder de un grupo de amigos que asistían a una escuela americana y sabía desde entonces que estaba destinado a grandes cosas. Mi compañera de curso era Julia, quien seguía a Lynn, la mayor en orden de edad. Julia era extremadamente inteligente. Disciplinada en el estudio y muy observadora de todo. Recuerdo que estudió en Yale, de donde se graduó su padre, y allí realizó sus estudios de tesis sobre la situación haitiana. A propósito de Yale, Don Manuel Tavares padre se había graduado también de Yale y allí fue compañero de habitación de nada más y nada menos que de un joven tejano que se llama George Bush. Uno llegó a ser presidente de los Estados Unidos y el otro de la República Dominicana. Algo había en aquella habitación colegial que los predestinó a ser lo que fueron. Pero el más inteligente fue el que se casó con Doña Rosa Emilia Sánchez. Don Manuel se reunía a menudo con su hermano Gustavo en la casa de Don Fello Bonnelly. Allí se hablaba siempre de política y de la situación de nuestro país. Estos hombres tuvieron grandes retos en aquellos años tan difíciles después de la caída de Trujillo. Don Fello fue el autor de la constitución que todavía rige y enmarca nuestra joven República. A Don Manuel le tocó dirigir la nación junto a Donald Reid Cabral en aquel Triunvirato fortuito que duró tan poco tiempo y que trató de detener infructuosamente lo que fue la Revolución del año 1965. Pero lo hizo porque era su deber en aquel momento y aceptó junto con Doña Rosa Emilia el reto de dirigir una nación que marchaba a la deriva y en la que se enfrentaban la derecha y la izquierda. Don Manuel se trasladó junto a toda la familia a la ciudad de Nueva York durante la revolución de Abril, y fue allí donde tuvo su primera experiencia en el voluntariado del famoso instituto contra el cáncer llamado el New York Memorial Hospital. Doña Rosa Emilia se educó en San Pedro de Macorís, en el Colegio Americano del Ingenio Santa Fé, donde aprendió el idioma Inglés con la Profesora Oliver. También estudió como interna en la Escuela Corazón de Jesús de Santiago y se graduó de la Normal de Gracita Alvarez en San Pedro de Macorís. Doña Rosa conoció a Don Manuel Tavares un verano del año 1948 durante unas vacaciones en Boca Chica, y al año siguiente se casaron. Desde muy temprana edad desarrolló la sensibilidad por los problemas sociales de nuestro país. Su vocación católica y su fé cristiana fueron siempre los ejes principales de su vida. Practicó su religión con devoción y la supo inculcar en sus hijos y nietos. Su vida espiritual tuvo un crecimiento muy especial al verse afectada su gran amiga Lucy Porcella con un cáncer terminal. Lucy era madre de cinco niños preciosos y la mayor era apenas una adolescente cuando el cáncer la venció. Ella tenía una biblioteca de libros espirituales y era muy apegada a Cristo. Esos libros quedaron con su amiga Rosa Emilia, y las experiencias y vivencias que compartieron en esos años tuvieron mucho que ver con la vocación de servicio al enfermo que nació de esa hermosa amistad. Doña Rosa era una persona que disfrutaba de dar. Tenía el don para hacerlo. Sus amigas y amigos la adoraban. Supo ganarse el respeto y la amistad de tantas personas pero sobre todo ayudó a desarrollar un servicio de oncología que nació en un vacío existencial propio de la época post guerra. Antes aquí no había manera de recibir quimioterapia, la radioterapia solamente se lograba viajando a Estados Unidos, y los equipos diagnósticos de nuestros hospitales eran muy elementales. Gracias a Doña Rosa Emilia, hoy la situación es totalmente diferente. Los pacientes ricos y pobres reciben atenciones en el Instituto Oncológico Heriberto Pieter. La Liga Dominicana Contra el Cáncer es una entidad dinámica y productiva que mantiene la investigación y la lucha contra este flagelo vigente. Los discípulos de Doña Rosa Emilia continúan abanderados por los caminos que ella forjó. Para todos aquellos que conocimos a Doña Rosa Emilia Tavares, su pérdida nos causa un pesar muy profundo, pero a la vez sentimos un gran alivio y satisfacción ya que estamos completamente seguros de que su nueva morada está muy cerca del Señor Jesucristo.

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