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Un líder sindical asesinado

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José Abigail Cruz InfanteSanto Domingo

Mauricio Báez representó la dignidad del sector laboral del país en los cuarentas del pasado siglo. Fue la figura emblemática del liderazgo sindical en la parte media de la Era de Trujillo. Era un fornido obrero del Este, cuyo protagonismo en las luchas de reivindicación obrera le granjeó una imagen de líder combativo e insorbonable. Desafió al tirano y sus secuaces en todo el batallar por los derechos de los trabajadores bajo un régimen de opresión. Con su alta estampa de negro formidable y su sombrero blanco, Mauricio recorría los bateyes cañeros y los locales de los trabajadores llevando su mensaje de aliento y desafío. Era tenaz y de una consistencia moral e ideológica como no se conoció antes en el país. Nativo de Palenque, San Cristóbal, desde joven se trasladó a San Pedro de Macorís, donde desarrolló una extraordinaria labor de propaganda obrerista en el movido ambiente de los muelles de esa laboriosa ciudad. Gracias al esfuerzo y la capacidad de convencimiento de Mauricio y de Justino José del Orbe, se activaron los valientes Nando Hernández, Emeterio Dickson (Blanquita) y Luis Rafael Quezada (Negrito), quienes al final hubieron de caer ultimados en estas jornadas de lucha. La estructura de organización que se levantó a partir de ellos fue impresionante, si se toma en cuenta el estado de represión existente. Se llegó a contar con una activa Federación y 34 gremios que abarcaban todas las actividades económicas de la ciudad y los ingenios. Báez alcanzó el mayor de los espacios en las luchas sindicales cuando junto con otros líderes obreros organizó la historica huelga de los ingenios del Este en 1946, sofocada por las fuerzas incontrolables de la dictadura. Mauricio tuvo forzosamente que salir al exilio. Se fue a Cuba donde desplegó una ardua tarea de denuncia sobre la situación obrera en República Dominicana. Al producirse, al final de la Segunda Guerra Mundial, el intento de apertura política de Trujillo, Mauricio retornó al país, pero en junio de 1947 regresó de nuevo a Cuba. El ambiente renovado de la dictadura se hizo irrespirable para una conciencia democrática plena como la de Mauricio Báez. Además, su lucha enfrentaba directamente a Trujillo, que se iba apoderando de la mayoría de los ingenios azucareros de RD y de otras industrias estategicas. Báez sostuvo en Cuba vibrantes campañas y acaloradas discusiones políticas, no sólo contra Trujillo: también enfrentó a otros exiliados antitrujillistas por sus apreciaciones sobre cómo se debía conducir la lucha contra el tirano. Otro blanco de sus ataques fue el diplomático trujillista Félix W. Bernardino, acreditado ante el gobierno cubano. Mauricio lo conocía bien y sus acusaciones iban directo a la conducta observada por Bernandino en la zona Este del país en años anteriores. Dice el inseparable compañero de Mauricio, Justino José del Orbe, que en varias ocasiones conversó con él acerca de la radicalidad de sus ataques a personajes del régimen, reclamándole que su verbo y capacidad dialéctica debían emplearse para concienciar a las masas obreras. Le recordaba la peligrosidad de esa gente, pero él seguía en su decisión de golpear a la dictadura en todos sus costados. Era su vehemencia la que motorizaba sus pasos, era un hombre comprometido con su lucha y no daba su brazo a torcer. Recibió vía su amigo Del Orbe un mensaje de Genoveva Ramírez Alcántara, hermana del también exiliado general Miguel Ramírez Alcántara, en el sentido de que ella quería verlo para advertirle sobre el peligro que corría, pues tenía informes de que Trujillo había ordenado la muerte de tres exiliados, uno de ellos él. Al recibir la información Báez exclamó: “Todavía doña Genoveva siente miedo. Aquí no es Santo Domingo”. Esta conversación tuvo lugar el 9 de diciembre de 1950. El domingo 10 fue secuestrado por tres individuos que lo desaparecieron para siempre. Vivía en una modesta casa de pensión en el reparto Sevillano, en la calle Cervantes número 8, de La Habana. Al presentarse a la casa preguntaron por él; le dijeron que iban de parte del Dr. Cotubanamá Henríquez, amigo suyo y alta figura del gobierno de Prío Socarrás. Salieron a la calle y durante un breve rato dialogaron, se fueron con él y ya más nadie supo de su destino. La desaparición y segura muerte de Mauricio Báez constituyó un rotundo golpe para las luchas del exilio en contra de Trujillo. Se perdió a un recio combatiente, un hombre de firmes convicciones que no vacilaba al momento de tomar la acción. Fue la segunda víctima en el exterior que los sicarios de Trujillo acallaron. Ironicamente, a la muerte de Mauricio los sindicalistas dominicanos habían logrado en principio su objetivo estrictamente laboral, pues en los años finales cuarentas el dictador mismo auspició la adopcion de un moderno Código de Trabajo que recogia para los obreros conquistas sociales y economicas significativas, que hoy se mantienen. Parece que a Mauricio lo catalogaron al final más como opositor politico que como agitador laboral.

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