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Reflexión. La creación expectante espera por ti

La creación está aguardando la manifestación de los hijos de Dios»(Rm 8,19). ISTOCK

La búsqueda de Dios, que es necesaria para todo creyente, define muy bien la vida contemplativa. Hasta el punto de que podemos definir al contemplativo como el que «busca a Dios». Todos los pasos que se dan a lo largo de la vida contemplativa tienen como razón fundamental la búsqueda de Dios y el estar dispuesto a todo para encontrarle. Sin esta búsqueda de Dios, todos los demás elementos de la vida contemplativa carecen de sentido.

¿Para qué sirve la oración, el silencio, la lucha contra las tentaciones, el discernimiento o el apostolado, si no es porque buscamos a Dios?

Frecuentemente, la rutina, la mediocridad, los pequeños o grandes fracasos, las propias limitaciones, etc., van haciendo que pongamos la búsqueda apasionada de Dios en un segundo plano, y que nos permitamos dedicarnos simplemente a realizar unas tareas, cuidando lo exterior de las mismas, mientras dejamos que se desvanezca esa atracción hacia Dios, que es la única razón que sustenta una entrega radical, como la que supone la vida contemplativa.

Si no tenemos esa sed de Dios, corremos el peligro de que todo lo que realicemos, por bueno y santo que sea, se convierta en un sucedáneo de esa búsqueda apasionada, en algo que disimula la sed de Dios y nos da la falsa seguridad de haber llegado a la meta, cuando realmente hemos abandonado el camino de la sincera y arriesgada búsqueda permanente de Dios.

El papa Francisco nos invita en su carta de Cuaresma 2019 a que: “Por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios, de Pascua en Pascua, hacia el cumplimiento de aquella salvación que ya hemos recibido, gracias al misterio pascual de Cristo: ‘Pues hemos sido salvados en esperanza’ » (Rm 8,24). Este misterio de salvación, que ya obra en nosotros durante la vida terrena. Es un proceso dinámico, que incluye también a la historia y a toda la creación. San Pablo llega a decir: «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19).

La celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que ser conformes a Cristo (cf. Rm 8,29) es un don inestimable de la misericordia de Dios.

Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja guiar por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención. Por esto, la creación —dice san Pablo— desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano”.