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Un emotivo y reflexivo adiós

CRÓNICA LIGERA

Ana Mercy Otáñez

Ana Mercy OtáñezRaúl Asencio

En un mundo que nos confronta con la implacable realidad de la mortalidad, uno de los momentos más retadores es despedirnos de un ser querido, especialmente cuando se trata de una figura tan relevante en nuestro árbol genealógico como mi abuela materna, a quien cariñosamente llamábamos Mamá Nena. 

Recientemente, partió hacia el cielo. Su marcha definitiva fue una experiencia profundamente emotiva y compleja que me llevó a reflexionar sobre el paso del tiempo, el legado familiar y el significado del amor incondicional. Cuando llegó el momento, la confusión emocional se apoderó de mí; con agradecimiento al Todopoderoso, dije adiós a mi abuela, que había alcanzado casi los 98 años, y tranquilamente lloré junto a mi madre.

Mi abuela fue una mujer excepcional. Aunque de manera modesta exhibía su sabiduría adquirida a lo largo de los años, su ternura inagotable y su presencia reconfortante la hacían única en nuestras vidas. Descubrí su papel en mi vida ya adulta, comprendiendo que era ella quien celebraba mis travesuras y ocurrencias. Abuela era apoyadora; amaba a sus hijos y protegía a sus nietos. Siempre nos esperaba con una comida abundante y nos brindaba un apoyo incondicional. Su partida deja un vacío que parece imposible de llenar, y puede resultar desafiante para nuestra familia...

Creía estar preparada para despedirme de mi abuela, pero nunca se está lista... Con el corazón entristecido, la despedí con un profundo acto de amor que me permite continuar rindiendo homenaje a su vida y legado. Sé que ella se marchó del plano físico, pero su espíritu permanecerá por siempre entre nosotros, inspirándonos a vivir con bondad, compasión y gratitud. En cada recuerdo, en cada gesto de entrega incondicional, su presencia seguirá brillando, recordándonos que el amor nunca muere, solo se transforma.

Todos sabemos que vamos a morir, pero nunca estamos preparados para aceptar la partida de una de las piezas clave del rompecabezas que conforma nuestra vida. No es fácil encontrar consuelo en este proceso, aunque el apoyo mutuo de la familia es fundamental y el papel de los amigos invaluable. Nuestra familia ha experimentado dos grandes pérdidas en cinco años, lo que nos ha unido antes, durante y después de cada proceso. Hemos compartido el dolor y nos hemos apoyado mutuamente en cada momento de fragilidad. En el camino, cuando se hayan secado nuestras lágrimas, Dios nos dará la fuerza para seguir adelante, sabiendo que el amor que compartimos con nuestra abuela nos fortalecerá ante los desafíos que enfrentaremos en el futuro.

Despedir a nuestra abuela nos enfrenta a nuestra propia mortalidad y nos recuerda la importancia de valorar cada momento con nuestros seres queridos. Nos insta a apreciar las pequeñas cosas, a expresar nuestro amor y gratitud mientras tenemos la oportunidad. Nos enseña que el tiempo es un regalo precioso que no debe desperdiciarse y que debemos aprovechar al máximo para construir recuerdos significativos con aquellos que amamos.

Había olvidado que es el duelo, pero, en medio del dolor y la tristeza, también encontramos espacio para celebrar su vida. Recordamos con risas lo que guarda nuestra memoria, su forma de pensar y sus historias. Me reconforta saber que su amor perdura más allá de su ausencia física, que sus enseñanzas seguirán guiándonos en nuestro camino y que su presencia vivirá en nuestros corazones para siempre. ¡Entonces, nunca morirá!

¡Que te acompañe Dios, abuela, y no olvides decirle a mami que estamos bien, pero no completos!

¡Con Dios!

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