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Dos cartas de 44 años

El presidente Joaquín Balaguer y el doctor Marino Vinicio Castillo durante un acto en el período de los 12 años.

El presidente Joaquín Balaguer y el doctor Marino Vinicio Castillo durante un acto en el período de los 12 años.Fuente externa

30 de enero de 1979.

Señor

Dr. Marino Vinicio Castillo,

Santo Domingo, Rep. Dom.

Distinguido amigo:

Conozco de sobra su carácter independiente y no me es difícil medir la magnitud del sacrificio que se impone al asociarse a todo lo que no se avenga a esa manera de ser, tan libre y espontánea. Pero dada la destacada participación que usted ha tenido en la política nacional de los últimos tiempos, así como los altísimos servicios que ha prestado a la causa encarnada en el Partido que dirijo, no vacilo en invitarle muy cordialmente a ocupar en nuestra vida pública una posición definida al lado de quienes mayor afinidad tienen con sus afanes patrióticos y con sus ideas políticas.

Si usted se decidiera a dar este paso, creo que no sólo ganaría el Partido Reformista y quienes lo dirigen actualmente, ya que su causa se vería avalada por el prestigio de un hombre cuya voz ha tenido, en los últimos tiempos, profundas repercusiones en todo el ámbito dominicano, sino también el país que recibiría la contribución desinteresada de un hombre que hasta hoy se ha distinguido por su amor a la causa de las clases que permanecen en nuestro medio oprimidas por injusticias seculares.

La posición que usted ocuparía en nuestro Partido, en caso de aceptar la invitación que por medio de estas líneas le formulo, obedeciendo no sólo a mi propio impulso, sino también al de muchos de mis allegados más señalados, sería objeto de consultas con usted mismo en el momento que usted considere oportuno.

Aprovecho esta oportunidad para renovarle los sentimientos de mi sincera admiración, de mi invariable afecto y de mi confianza inquebrantable.

Atentamente,

Joaquín Balaguer”

“Santo Domingo, D.N.

31 de enero de 1979.

Señor

Dr. Joaquín Balaguer

Miami, Fla.

E.U.A.

Noble amigo:

Aún está en mis manos su generosa carta. Al contestarla me siento estremecido por una gratitud que asume acento filial.

Una gran parte de mi vida la he pasado estrechamente vinculado en lo espiritual a la expresión de la causa nacional que se ha encarnado en su penetrante pensamiento social y en el indescriptible ahínco con que su humanismo ha sabido servir a la Patria.

En verdad, quien lo ha seguido y amado desde los tiempos tormentosos del 61, pasando por el milagro de una república resucitada de las ruinas de sus discordias civiles, hasta la dramática culminación de mayo del 79, sólo puede encontrar la honda satisfacción de sentirse honrado con la amistad de tan brillante, como modesto, hacedor de historia nacional.

Ahora bien, si por haber arrimado mi hombro débil en horas de tribulaciones y conflictos, usted me ha llegado a considerar acreedor de algún reconocimiento, quiero expresarle mi ruego de que sólo se repute en mi favor, como mérito, el haber servido con una limpia y firme lealtad en todo cuanto sostuviera para combatir las endemoniadas maquinaciones de baja política que condujeran la república a la sensible situación de un hoy dominado por incertidumbre y una impericia social abismal en quienes dirigen sus destinos.

De ahí proviene la fuerza moral que me asiste para significarle que, a menos que usted, como incontestable cabeza del Reformismo, asumiere el énfasis de una sustancial renovación, capaz de erradicar los vicios y lisios de la organización y de convertirla en una verdadera opción de futuro, sin mengua de nuestra vieja e inconmovible amistad personal, resolvería mantenerme absoluta y terminantemente al margen del quehacer político.

Sé bien que con tal decisión estoy tocando delicadas fibras de la relación de afecto que siempre nos ha unido. Sin embargo, preferiría adoptar esa amarga e inusitada actitud de silencio y marginación, antes de consentir en una participación irresponsable en las luchas de un Reformismo tarado por la doblez y la traición de muchos de sus usufructuarios que, pese a haber fungido de dirigentes durante un tiempo que emplearan para el hartazgo y el peculado, a espaldas de la gran obra del líder consagrado, en las horas supremas de desgracia se prestaron para la colusión lisonjera con los vesánicos adversarios, haciendo público alarde de una cobardía sin nombre.

No podría ser otro mi propósito, querido amigo, que el de servirle mi verdad en estos momentos en que precisa tanto la república de una organización política capaz de concitar el interés y la Fe, no sólo de sus masas postradas y desalentadas, sino también de otros estratos sociales nuestros, terriblemente desguarecidos de sanas estructuras donde no otorgue principalía el dinero, en lugar del mensaje y la honradez.

Mi verdad me agobia porque me lleva a la pesadumbre de apartarme de cuanto he seguido. Mas, si me torno vacilante tengo la convicción de que estaría contribuyendo, con felonía, con algo que columbro como un desastre.

En dos palabras: Al Partido sólo lo salva su líder, si se decide a definir y formular ante el pueblo el énfasis de renovación con que lo concibe y ansía. Es decir, únicamente una proclamación fuerte acerca de verdaderas transformaciones para lo porvenir, podría revitalizarlo. Y nadie, fuera del líder, incluso mi pugnaz vehemencia, podría persuadir a ese pueblo, reformista y no reformista, d que los nuevos empeños estarían permeados por imperativos éticos de gran nivel.

La realidad nos enseña que el rufianismo constituye un peso muerto que arrastraría al Partido y a su propio líder a un descrédito perpetuo, que sólo aquél merece. Tanto mi familia como yo hemos rogado al Señor por su restablecimiento, reciba, pues, el abrazo de su amigo inquebrantable de siempre.

Marino Vinicio Castillo”

Esta Reminiscencia me sirve de prueba para demostrar la antigüedad de mis posiciones. Todo lo tengo escrito, por editar, y así le respondo a muchos.