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EN PRIMER PLANO

Juan Campusano y su idilio con el golf

Apenas tenía ocho años cuando Juan -Manitas- Campusano aceptó el reto de golpear una pelotita de golf. Con el tiempo logró dominarla; 30 años después, esa bolita lo convirtió en el número uno

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Yaniris Lópezyaniris.lopez@listindiario.com
Santo Domingo

Le dicen Manitas porque nació con un defecto en la mano izquierda al que, por suerte, nunca le hizo caso. 

Si lo hubiera hecho, se habría perdido la oportunidad de participar en su primer torneo de caddie a la edad de 9 años. No ganó, pero se mantuvo en la competencia. ¿Cuánto tiempo hace de eso? Treinta y algo, dice. 

Para entonces ya tenía un tiempecito trabajando y tanteando el área: comenzó como bolero en la cancha de tenis del Santo Domingo Country Club y luego como recogedor de bolas en el campo de golf del mismo lugar. ¿Socio? Nada que ver. Se trataba, y aún se trata, del club más exclusivo de la ciudad. 

Su papá era empleado del club –por 48 años- y lo dejaba ayudar y corretear por los alrededores. Así fue conociendo todos los secretos de ambos deportes. 

Entre el tenis y el golf, se decidió por el más lento y aburrido. Pero estas últimas palabras no deben decirse muy alto delante de Juan, que, sin perder la calma y sin dejar de ser amable responde: “El que cogió un palo de golf e hizo un swing no lo deja. Este es el deporte que atrae a todos los jugadores. La gente dice que es un deporte tonto, pendejo, pero no es pendejo nada. El que lo practica y empezó a darle a la bola cree que es inofensiva y que se la va a comer, pero después quiere seguirle dando, porque esa bolita te desafía”. 

Le gustó mucho el desafío de esa pelotita y se tomó la cosa tan en serio que pocas personas han logrado escalar tan rápido los escalafones de este deporte como él. 

LOS PRIMEROS AÑOS 

“Comencé como caddie, la persona que carga el equipo de palos a los jugadores. Es como un instructor que le ayuda, le da la caída y le recomienda los movimientos”, recuerda. 

En el golf, afirma, “el caddie sabe tanto o más que un jugador, y en un torneo recibe tanta presión como el jugador”. Para entender cuán bueno es Juan Campusano hay que hablar de su primer torneo con 18 de handicap. 

Como sabe que no todo el mundo entiende el término intenta explicarlo. “Cómo te digo. Es la ventaja que el campo le da al jugador”, dice. Ni idea. Intentó explicarlo de nuevo. 

“Tengo 18 de handicap, para 72, tengo que tirar 90 palos para poder competir, si yo tiro noventa con los 18 de handicap esa es la ventaja que me va dando el campo”. 

No importa, luego buscaremos esos términos en internet. 

“Lo emocionante de todo es que cada vez que pasaba un torneo muy seguido significaba bajar mi handicap. Bajé a 18, a 12, luego a 9, luego a 6, de 6 a 4, de 4 a 2 y luego a cero”. 

Los analfabetos golfísticos se preguntarán si eso es bueno o es malo. 

“Eso es muy bueno”, goza Campusano. “Cuando baja el handicap es porque eres muy bueno y estás jugando muy superior a lo que tienes”. 

La ventaja de su aprendizaje es que siempre ha competido con gente que sabe jugar bien. 

“Hubo una época, en los noventa, en que se cuestionó si los mejores jugadores que había en el país eran los caddies. En esa época el golf estaba duro. Nosotros teníamos un grupo de caddies que salíamos al campo y no tirábamos más de 75 palos. Nuestra competencia era Juan Martínez, el mejor del grupo”. 

Lo suyo fue así, rápido, aunque hace apenas unos años, desde el 2001, que forma parte de la Federación Dominicana de Golf y participa en sus torneos. 

Para esta época Juan reserva el apartado de los agradecimientos, en el que figuran don Antonio Rodríguez Echavarría –con el torneo que organizaba todos los años para los caddies- y los directivos del Santo Domingo Country Club. 

Ellos le motivaron para que se inscribiera en la Federación y compitiera. Cuando lo hizo un amigo, que se llama Cheo, dijo que le daba seis meses para que, sino se convertía en el número 1, por lo menos fuera el dos. 

Ya es el número 1 del nivel superior y en su casa cuenta con más de cien trofeos. 

Vaya, el número uno, Juan. “Eso dicen”, responde. 

Es que no hay forma de desligar los méritos de Campusano con la fama de “deporte élite” que tiene el golf. 

Ese es su gran mérito: rompió barreras, logró imponer y mantener su talento e hizo del golf un deporte “sin exclusión”. 

Él lo admite. “Estoy aquí por las facilidades que me han dado muchos golfistas amigos, que me han metido la mano. El equipo no es caro, pero una persona pobre no puede disponer de 50 mil pesos para hacerse con un equipo de palos. Es verdad que duran 20 años, pero un pobre de repente no puede contar con una cantidad tan grande”. 

Con relación a la selección nacional de golf, asegura que tiene una debilidad: las prácticas. 

“Tenemos que practicar mucho, no dejarlo para cuando se acerque un torneo”. 

¿Practicar, Juan? No parece que este deporte amerite muchas prácticas. 

“Hay que practicarlo. Los profesionales te tiran 500 y 1,000 bolas practicando a diario. Terminan de jugar y se mandan a un driving ranch a tirar bolas. Yo practico antes, porque cuando uno termina de jugar nadie me hace tirar bolas con ese estropeo”. 

¿Estropeo, Juan? ¿Cómo puede estropear el golf ? “Sí”, dice. “Una ronda suele durar cuatro horas”. 

MUY PERSONAL

VIVIR SOLO PARA EL GOLF

Con siete hermanos y su papá ganando muy poco, las posibilidades de estudios de Juan Campusano nunca fueron muy buenas. Nunca terminó el bachillerato. 
“Éramos pobres pero no puedo decir que no nos mandaron a la escuela. Yo iba y me quedaba jugando por ahí. Era vago”. 
¿A cuál golfista admira Juan? “Hay muchos buenos: John Paul Garrido, Chico Santoni, Hirán Silfa. Pero mi hermano Carlos Arias es mi favorito”, comenta.