HASTÍO
Batir lodo, el karma de Bacuí
Vivir a orillas de un río suele ser un privilegio en ciertos lugares. En el pequeño campo de Bacuí, en cambio, es una vieja agonía que ha moldeado el estilo de vida de sus habitantes.
Bacuí, La Vega
Cuando los habitantes de la comunidad de Bacuí Abajo, un paraje de Barranca ubicado a 15 minutos de la ciudad de La Vega, ven que el cielo se pone negro “por donde queda Salcedo”, que los relámpagos cruzan el firmamento muy seguido y que comienza a llover, evitan acostarse temprano y permanecen alerta: es casi seguro que, tras estas señales, “el río va a venir”.
A veces no es necesario que llueva en el campo para hacer la predicción. Si alguien les avisa que las aguas del riachuelo que nace en la loma Los Cacaos, en Salcedo, llegaron a El Cagadero, ya saben que sus pronósticos eran ciertos y que la catástrofe es inminente.
A partir de este punto, Bacuí -así se llama el río también- se abre como un delta.
En los próximos dos kilómetros inundará cientos de tareas de tierra y las casas de unas 400 familias que viven en la misma “joya del río”.
Ya avisados, en Bacuí Abajo las familias comenzarán a subir sus pertenencias a las mesas, al cielorraso o a cualquier lugar alto. Amarrarán las neveras, estufas y abanicos a las ventanas o a las vigas.
Avisarán a los familiares y vecinos que aún no han bajado de la ciudad que se aguanten donde estén o que hagan el trayecto muy rápido y luego esperarán, pacientes, acostumbrados a que Bacuí llegue con furia, moje todo y se lleve lo que no encontró a buen resguardo.
Entonces, antes de que las aguas bajen, todos se armarán de escobas y palos y comenzarán a batir el lodo que va dejando el río por las casas. “Después de tener la casa inundada, no podemos dejar que toda el agua se vaya, hay que batir el lodo para no quedar sepultados varios centímetros bajo el légamo, porque luego es más difícil limpiar”, explica Altagracia Lai.
Su casa nunca se ha salvado de una inundación grande, y por eso toda la familia tiene experiencia en el asunto.
Las familias numerosas acaban rápido, pero luego tienen que ayudar a sus vecinos y procurar, junto a toda la comunidad, que todo vuelva a la normalidad. Dos días después de la inundación, Bacuí Abajo vuelve a ser el campito bonito de siempre, y el río vuelve a ser el riachuelo de siempre, de aguas claras, silencioso y casi imperceptible.
“Si usted le dice a alguien que no es de por aquí que todo ese daño lo hace esa cosita, no lo creen, se echan a reír”, dicen Víctor Arias y José Alejo, dos de los afectados, mirando el río.
Como la mayoría vive de la agricultura, de negocios improvisados o de los ingresos de sus modestos trabajos en la ciudad, buscar miles de pesos para resolver los desastres que causa el Bacuí les descontrola su ya paupérrimo presupuesto y los pone de mal humor, sobre todo porque no saben si a la semana, al mes o, si tienen suerte, al año, Bacuí arrasará con todo de nuevo y “les lleve” las cosas que con tanto esfuerzo logran conseguir.