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¡Del síndrome de la guerrera a la autenticidad de mi ser!

Crónica Ligera

Ana Mercy Otáñez

Ana Mercy Otáñez

Crecí en un hogar donde ser fuerte era sinónimo de admiración y la vulnerabilidad se veía como una debilidad. Siguiendo los pasos de mi madre, me convertí en lo que llamaban "una mujer de adelante", lo que me hizo caer en la trampa del “Síndrome de la guerrera”, atrapada en una lucha constante por demostrar mi valía a través del sacrificio y el esfuerzo. Años después, liberada y transformada, celebro el proceso de evolución que he abrazado. Ha sido un viaje largo y desafiante que me llevó a sanar y descubrir mi autenticidad.

El primer paso en mi curación fue aceptar quién soy, lo que tengo y lo que realmente quiero en la vida. Aprendí que no somos una réplica exacta de nuestros padres y que el propósito de vivir no es impresionar a los demás, sino satisfacer nuestras propias necesidades. A medida que la madurez empezó a florecer en mí, me di cuenta de que, a pesar de mis logros, me sentía agotada y desconectada de mi esencia. Cumplir con las expectativas ajenas me había llevado a ignorar mis sentimientos y deseos, pero por inexperiencia, no pedí ayuda, creyendo erróneamente que hacerlo sería un signo de debilidad.

Mi sanación comenzó cuando decidí hacer un cambio radical. Una pérdida importante me llevó a unirme a una comunidad de adultos en la iglesia católica, donde compartí con divorciados, solteros, separados y viudos. En ese espacio, empecé a practicar la autoobservación, identificando los patrones que me mantenían atrapada. Al enfrentar mis miedos y aceptar mi vulnerabilidad, comprendí que no había nada malo en sentir y expresar mis emociones. Descubrí que la verdadera fortaleza no está en la lucha, sino en la autenticidad y en la conexión conmigo misma, soltando las creencias limitantes que había cargado por largo tiempo.

Uno de los cambios más profundos fue priorizar mi desarrollo personal. Me permití momentos de autocuidado, disfrutando de lo que me enciende el alma y me hace feliz. Poco a poco, recargué mis energías y mi personalidad resurgió. Al reconectarme con mi ser auténtico, encontré la paz interior que solo llega cuando somos fieles a nosotras mismas. Establecí límites saludables que no solo me dieron mayor control, sino también la claridad para enfocarme en lo que realmente importa.

Hoy me reconozco como una mujer resiliente y valiente; no soy una guerrera para vivir entre batallas. Valoro mis luchas y celebro mi esencia; cada paso es una oportunidad para crecer y brillar. Abrazar mi flaqueza fue uno de los actos más valientes y transformadores que he realizado. Entendí que ser vulnerable no es debilidad, sino valentía.

Mi viaje de sanación del “Síndrome de la guerrera” no fue fácil, pero valió cada uno de los pasos que me llevaron a ser la mujer que soy hoy. Hoy sé que la verdadera grandeza no está en la batalla constante, sino en la capacidad de ser fiel a una misma.

¡Con Dios!

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