Las Sociales

Un mantel para Nochebuena

De cerca

Celeste Pérez.Víctor Ramírez/LD

Mi abuela paterna era modista. Este dato lo he compartido en otras historias. Y como amante de las telas y los bordados tenía una hermosa colección de manteles, sábanas y cortinas. Cuando falleció yo era una adolescente, y recuerdo perfectamente aquel triste momento y los posteriores a su partida, particularmente, cuando se abrió un mueble grande de caoba, tipo armario, que siempre cerraba con llave. Allí guardó por años todas sus piezas de primera calidad para usarla “un día especial para recibir una visita".

Era impresionante la cantidad de manteles de lino bordados, y no recuerdo haber visto en su mesa ninguno. Si en alguna ocasión lo utilizó, quizá, esa “visita importante” ni se enteró de lo que simbolizaba.

Por suerte, esa mala práctica de guardar “para una visita especial” no es parte de mi filosofía de vida. Y puedo afirmar que ese día aprendí todo lo que necesitaba saber sobre la importancia emocional de utilizar  lo que tenemos.

En la frenética carrera de la vida, a menudo caemos en la trampa de reservar nuestras posesiones más preciadas para ocasiones especiales. Sin embargo, la verdadera riqueza emocional yace en el acto de utilizar y apreciar lo que poseemos sin esperar a un mañana incierto.

La vida, efímera por naturaleza, nos recuerda constantemente la fragilidad de nuestra existencia. Postergar con la esperanza de un futuro más propicio es privarnos de experiencias valiosas. 

Cada objeto por sí mismo es solo un objeto, pero tiene el potencial de convertirse en un recordatorio tangible de momentos y emociones. 

Nunca he pensado hacer lo mismo que mi abuela, cada Nochebuena utilizó mi mejor mantel para la cena en familia, mis invitados de lujo. Porque más allá de ser una simple cubierta de mesa, esa noche, el mantel se convierte en el lienzo sobre el cual pintamos memorias imborrables.

En el corazón de la celebración navideña está el acto de compartir, y qué mejor manera de hacerlo que reuniendo a la familia alrededor de una mesa adornada con el mantel perfecto, no importa el color ni el precio. No es solo un accesorio funcional; elegirlo con esmero es una forma de expresar amor a quienes nos acompañan.

Al final de la cena, la magia de la noche no está en el mantel que con el tiempo se destruye, está en los recuerdos, esos que perdurarán mucho después de que las luces navideñas se apaguen.

¡Hasta el lunes!

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