Crónica Ligera
¡Mi pasado no es una sentencia para mi vida!
Hace muchos años que salí de mi pueblo, fue allá donde di mis primeros pasos, aprendí hablar, estudié, crecí, bailé, corrí y jugué. Recuerdo mis días de escuela, los juegos de voleibol, el grupo de baile, las fiestas patronales, el carnaval, las huelgas, su folclor, cultura y sus tradiciones, todo eso y mucho más forman parte de mí. En sus calles polvorientas comenzó la historia de mi vida, conocí el dulce sabor de realizar mis primeros sueños y saboreé el placer de ir por la vida alcanzando metas.
En Cotuí, conocí el valor de la familia y de los amigos, allí mi corazón abrió espacio a mis pasiones y al amor. Ahí cometí mis primeros errores y tuve las más duras caídas… también fue donde aprendí a levantarme. Lo que hice o viví forman parte de mí, pero no me definen.
Los fracasos
No porque haya tenido un fracaso en un área determinada de mi vida significa que nunca podré lograr lo que me proponga. No porque haya terminado mal una relación, no estoy capacitada para tener otra y hacer que funcione, no por querer vivir de otra cosa que no sea mi profesión, tenga que frustrarme.
He visto como hay personas que se dejan definir por su pasado, justificando lo que les ha ocurrido como su única realidad y no lo es, hasta lo que comenten grandes equivocaciones, tiene la oportunidad de cambiar, de arrepentirse y de comenzar desde cero, lo que ya nos pasó no lo podemos cambiar, pero sí podemos transformarlo y darle el lugar que le corresponde en nuestra vida.
Aprendamos…
El pasado no es más que una excelente fuente de aprendizaje, que bien manejado puede proporcionarnos el impulso necesario para salir adelante. Nada satisface más el alma que saber que hemos logrado superar ciertas dificultades, eso nos da confianza para afrontar lo que no vemos venir.
Aceptar nuestros errores nos permite aprender y nos da la oportunidad de enmendarlos y no volver a repetirlos, funciona así para algunos, para otros deben vivirlos varias veces para superarlo y aun así, no debemos dejar que el pasado se convierta en la “piedra angular” de nuestra vida, porque eso es negarnos a nosotros mismos la oportunidad de crecer y aprender de nuestras vivencias.
¿Qué hacer?
Lo ideal es hacer las paces con nuestro pasado, no podemos dejar que este defina quiénes somos, tampoco es una etiqueta que traemos pegada en la frente que nos tacha. El pasado debe ser una guía de crecimiento que nos ayude a fijar la atención en lo que somos, en lo que queremos y lo que estamos dispuestos hacer para seguir adelante.
¡Con Dios!