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CRÓNICA LIGERA

¿Cuándo los muertos dejaron de ser buenos?

Ana Mercy OtáñezSanto Domingo

Desde que tengo uso de razón he visto despedir a los seres queridos, amigos o relacionados, entre el llanto, desaliento y la desolación que causa la muerte. A todos los inunda el dolor, la tristeza y la confusión, ante una situación para la que no estamos preparados. Se nos cae el mundo, se apaga una luz y un vacío nos arropa el alma… Las cosas han cambiado.

velatorios y otras tradiciones propias de los actos de despedidas a quienes parten a otro plano son distintos. Lo que nunca cambia es el trance de dolor, ese que sólo nos deja ver los aportes en vida de quien se nos va para siempre.

El duelo

Enfrentarse a la muerte es un proceso muy duro. Es que fallecer es un paso a un enigma y a situaciones para las cuales, los humanos nunca estamos preparados. El duelo es un proceso normal que suele empezar ante el pronóstico de muerte. Esto nos lleva a un proceso de fuertes estados emocionales. Durante el mismo, caemos en negación, nos llenamos de rabia y sucumbimos a la depresión. Solo el tiempo, el apoyo de nuestros seres queridos, o la ayuda psicológica nos confortan paulatinamente, conduce a la aceptación, hasta ir poco a poco retomando la tranquilidad interior.

Respeto al dolor ajeno

El sentimiento de perder a un ser querido es indescriptible. La sensación es desgarradora, nos carcome el alma, las palabras se cortan y sólo sale el llanto. De niña recuerdo el respeto que se manifestaba hacia los difuntos. De ahí emana que todo cuanto se hablaba o escribía sobre los fallecidos era para exaltar su vida y su persona…

Luego del adiós, un silencio colectivo y el recuerdo lleno de atributos caracterizan los días posteriores… Para entonces no había redes sociales y los medios de comunicación eran casi inaccesibles, pero hoy se han convertido en un arma letal para las emociones y los sentimientos de los dolientes, quienes sufren los rigores de la falta de tacto por las opiniones sobre sus difuntos de todo a quien se le antoje. Me da pena reconocer, cómo nos hemos vuelto duros de corazón y ligeros de expresión… En estos días me ha dolido el alma, al leer o escuchar determinadas personas que han sido capaces de hacer leña del árbol caído, atreviéndose a juzgar, tachar o dar por sentado hechos o situaciones que no conocen… Definitivamente, “De la abundancia del corazón habla la boca…” o simplemente, “Lo que dice Juan de Pedro, dice más de Juan que de Pedro…” ¿Dónde se ubica usted?

¡Con Dios!

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