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Algo qué contar

Cuando no hay a quien culpar

Ivelisse VillegasSanto Domingo

Mi primera experiencia con el cáncer de mama la viví con mi amiga Rosanna Meilán, cariñosamente, Rossi. Nos conocimos en las aulas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y la amistad no se hizo esperar… éramos las mejores amigas, de aquellas que se agarran de las manos al caminar, duermen juntas, se ríen de cualquier locura y se sientan a construir sueños de la nada…

Rossi era oriunda de Navas, Los Hidalgos en Puerto Plata. Quién la conoció no olvida el brillo de sus hermosos y grandes ojos, su sonrisa que resplandecía el entorno y seducía a cualquiera cuando quería algo, sin quitar protagonismo a ese carácter especial que hizo que la amáramos, si no, pregunten al clan Arelis Ceballos, Ysabel Parra, Arelis Fernández, Mayra La Paz, Lucrecia Pérez, Joseina Acosta, Carlos Rodríguiez, Diomedes, Roberto Monclus y otros más de sus tantos amigos y familiares, o a su hermana Estervina.

Nostalgia

Cada año, para esta época, mes de concientización del cáncer de mama, pienso en ella y recuerdo sus relatos de cuando entró a un noviciado que luego dejó. Esta decisión la cuestionó en sus días finales buscando una explicación a tanto sufrimiento, pero solo Dios sabe de su propósito.

Ella no fue negligente con su salud, fue a consulta médica por un pequeño nódulo que tenía en el seno y el médico le dijo que eso desaparecería con unas pastillas, que ahí mismo le indicaron.

Aún prevalece en mi memoria aquella tarde, en la que nos bañábamos junto a nuestra amiga Arelis en un riachuelo de su natal Navas. Era Semana Santa y fuimos a conocer su pueblo, como ella en una ocasión también visitó mi casa materna en San Juan. Ahí notamos que algo andaba mal y le externamos nuestra preocupación.

De regreso en la capital, Rossi fue al médico. Ya era demasiado tarde, tenía un cáncer en etapa avanzada que requirió de quimioterapia y cirugía.

No le voy a detallar esos días de angustias que vivimos y en los que solo se albergaba la esperanza de un mejor mañana, y así fue por un lapso de casi dos años en el que ella vivió una luna de miel con su salud y la vida. Una célula maligna se diseminó en su cuerpo… ella ya no está con nosotros.

Amor por siempre

Han pasado muchos años y el amor que aún le tengo no sucumbe. Con ella se fue una mujer con ganas de experimentar la maternidad, de casarse, de ejercer su profesión, enmarcar un título, una fiesta de graduación, amar y ser amada como quiera que se quiera conjugar.

Lo digo porque compartía todos estos anhelos conmigo y yo le hice promesas que nunca le cumplí, como la de prestarle mi vientre para que pudiera tener un hijo en caso de no embarazarse. Hoy le dedico estas líneas, como única forma de hacerla parte de mi sueño realizado.

Me pongo feliz cuando les cuento cómo algunas mujeres han sobrevivido, pero también les comparto que a veces no se puede buscar culpable, que solo Dios sabe porque pasan estas pruebas cuando más aferrados estamos a la vida, cuando más posibilidades hay de un mejor mañana, solo Él tiene las respuestas…

A mi querida amiga la despido con una estrofa de la canción de Alberto Cortez “Cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar, la llegada de otro amigo… ¡Jamás!

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