CRÓNICA LIGERA
¡Del campo a la ciudad…el valor de la esencia!
He agradecido siempre a Dios mi formación de pueblo, mis costumbres y tradiciones de campesina, porque crecí en una época o bajo una formación donde lo material nunca fue una prioridad. No dije que no era importante, pero el valor que le dábamos ocupaba el lugar indicado. La familia, los vecinos y los amigos tenían un peso moral que se anteponía a todo.
El buen trato, el respeto a los mayores, las buenas costumbres, los maestros eran familia y nuestros compañeros de clases o de deportes hermanos.
Me ha preocupado siempre mi cambio de pueblerina a citadina, porque en la gran ciudad impera el individualismo, acentuado más que nunca en esta generación.
Crecí en casa de madera y zinc, calles polvorientas y frentes convertidos en parques. Cotuí avanzó, pero cuando salí pasé drásticamente al modernismo de la ciudad. Aquí impera la innovación, se llega con un sueño, pero la realidad te golpea.
Las grandes ciudades pueden ser un gran choque para aquellos que no cuenten con una buena zapata.
La frialdad humana, la soledad de un mundo que se vive como propio, es un duro contraste para los parlanchines y abiertos que somos los del campo, que puede marcarnos a tal punto de conducirnos a donde no queremos o convertirse esto en el impulso ideal para continuar a donde queremos llegar. Aquí, se convive en grandes edificios armados de concreto que parecen encarcelarnos y mantenernos en el distanciamiento físico y social.
¡El valor de lo monetario!
En este mundo de amplia modernidad y rápidos avances técnicos, profesionales e investigativo me han permitido confirmar mi forma de ver la vida, basada en teorías simples y ligeras que he aprendido a fuerza de caídas, golpes y heridas, que he convertido en aprendizajes, alegrías y experiencias, entonces soy lo que soy.
De buena mano sé que hay cosas que no se compran. Aquellos que funcionan por lo económico en sus vidas, les pregunto: ¿Se puede comprar el amor, la confianza y la lealtad? ¿Cuánto cuesta un amigo fiel y verdadero? ¿Cuánto debemos invertir para revivir amigos, familiares y amores fallecidos? ¿Cuánto cuesta arreglar una familia fragmentada, una amistad derrochada o un amor traicionado? ¿Se puede comprar en una farmacia una pastilla que quite las cargas emocionales, los dolores del alma, las penas del corazón que nos aplastan? ¡No! Entonces, es el momento justo de darle el valor real a las personas y a lo que verdaderamente nos aporta y que nos construyen… El valor de lo monetario es volátil e inconstante, de ahí las almas vacías...
Con el favor de Dios nos leemos la próxima semana.