Algo que contar
Los pasos resilientes de Argentina
Recuerdo como ahora, sus cicatrices en las rodillas y manos por la presión de su carne en la tierra cuando se desplazaba entre su casa y la mía para visitarnos. Una vez le pregunté que como sentía y me dijo que esto fue lo que le tocó y sonrió.
Hace 60 años el lenguaje inclusivo no existía. Y si ya estaba, no era parte de Cañafistol, una sección ceñida a una ladera del valle de San Juan. Para esa época todas las personas que tenían una condición de discapacidad su nombre era sustituido por esta. Doy testimonio de que lo hice con muchos allegados, pero nunca con mi prima hermana Argentina, a quien cariñosamente le decimos “Gento”.
Su historia
A ella, le dio poliomielitis cuando tenía 8 meses. Argentina sobrevivió a esta tragedia, pero su renacer trajo consigo cláusulas intransferibles, como el hecho de que nunca iba a caminar. Esto le robó muchas vivencias, a cambio le regaló dos preciosas manos con las que se apoyaba para gatear y de esta forma poder desplazarse y ser autosuficiente.
Recuerdo como ahora sus cicatrices en las rodillas y manos por la presión de su carne en la tierra cuando se desplazaba entre su casa y la mía para visitarnos. Una vez le pregunté que cómo se sentía y me dijo que esto fue lo que le tocó y sonrió.
Los años han pasado y ella sigue igual… Con la misma sonrisa que siempre la ha caracterizado y actitud de resignación: Anzuelos de sus años de conquistas en La Subía. Famosa por su ritual de sentarse todas las tardes al frente de la casa, bien maquillada y peinada. Esta acción era la más aplaudida por los lugareños y transeúntes.
Anécdota
En una ocasión, fuimos a pasear a la Presa de Sabaneta cuando estaba en construcción y el vehículo en que andábamos quedó varado en una pendiente. El instinto de supervivencia nos hizo saltar y la dejamos sola con el chofer, cuando llegamos a la casa ella lo contó, y nos dieron una pela a todos; porque nosotros teníamos que cuidarla, pero a la vez, tratarla de igual a igual, como lo hacía mi papá que la subía en el motor y la llevaba a las fiestas, en donde de seguro, consiguió sus mejores citas.
No podíamos dejarla sola, y para recordárnoslo estaba nuestra abuela Rosa, con quien vivió hasta la adultez.
Así, llegó el momento que tanto había esperado, la promesa de su madre Altagracia Villegas (Tatica) de traerla a la Capital. Aquí comenzó otro periplo de viajes a rehabilitación, cirugías en busca de dar algunos pasos, que al final logró y fue el escalón para muchos sueños cumplidos. Se inscribió en un club de deportes que la llevó a competir fuera del país. Fue en estos trajines que se enamoró y navegó por las aguas profundas del placer, hasta convertirse en esposa y madre, pero su hijo murió al nacer.
Esto la devastó pero no se derribó, fue simplemente un puente que le sirvió de anclaje cuando su esposo la abandonó.
Nunca la he escuchado quejarse, no la he visto nunca lamerse las heridas, solo conozco una mujer fuerte que ha sabido vivir…
Lo mejor
Hoy, Gento está viviendo la primavera en Estados Unidos, en donde tiene más de 30 años residiendo, junto a su esposo actual, William, y solo viene a vacacionar para compartir con su clan de amigos en Los Alcarrizos.
El entorno seguro que recibió en la infancia la hizo una mujer tan resiliente que su condición ha sido ignorada por todos. Desde que la conocen, solo ven a una mujer de mucho valor, fortalezas, empatía, muy respetada y admirada por las nuevas generaciones. Y esto es digno, como dice el padre de la resiliencia, Boris Cyrulnik, quien dice que el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional.