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Ivelisse VillegasSanto Domingo

En estos días, pese a la situación que estamos viviendo, desobedecí al llamado “Quédate en casa” para hacer el envío de un medicamento a un familiar fuera del país. Para entrar al lugar era necesario esperar un turno. Cuando el mío llegó ya había un señor que iba a completar su envió con copias pendientes del mismo.

Mientras ambos esperábamos el silencio era sepulcral, nadie quería hablar. Parecía un acuerdo implícito. De repente, lo observo detenidamente, mientras se pasa las dos manos por la cabeza y sus dedos se entrelazan en su cabellera negra con algunas hebras color plata. Mira a su alrededor buscando algún gesto de empatía y sin que nadie le preguntara comenzó a conversar sobre un momento desconcertante que había vivido producto del pánico que tiene la población. Según él, muchos en su afán se supervivencia han perdido el sentido común, la fe y el valor de una mano solidaria.

Sus ojos negros se abrieron más de lo normal mientras sus labios y tono de voz se pusieron de acuerdo para expresar lo mismo cuando dice: “ Ustedes pueden creer que salí desde Santo Domingo hacia Santiago a llevarle un saco de arroz y una lata de aceite a mi mamá, y cuando llegué a la casa, una hermana me dice desde adentro, ¡deja lo que trajiste en la puerta y vete!”. Al finalizar el relato su voz estaba entrecortada. Tristeza, impotencia, decepción… solo Dios sabe todo lo que sentía.

Seguí atenta. Él alzo los brazos, me miró a los ojos y dijo: “No pregunto cómo estaba, ni cómo había sido el trayecto, si tenía hambre. ¡Nada! Así salí de Santiago otra vez. Como si nada…

Él juró que a partir de ahora no será el mismo. Ni con la familia, ni con los amigos, pues dejará su misión de pensar primero en los demás antes que en él. Así como esta historia hay miles que luego serán contadas por aquellos que su vida dio un giro inesperado después de esta pandemia de COVID-19. Recordé una estrofa del poema ´Valgo´, de Jorge Luis Borges que dice “Intenté ayudar tantas veces a los demás que aprendí a esperar que pidieran, ayuda”.

El milagro de la fe

Sostienen los conocedores que de la Palabra Dios obra de forma maravillosa y tiene una manera muy especial de hacerlo con cada uno de nosotros. Hace días escuché un audio de Maribel Haché, en el que decía lo importante de creer en Dios, y de cómo obra de forma misteriosa. Ella perdió a su papa, Khalil Haché, a quien yo le tenía un inmenso cariño, pues lo conocí en los primeros años de mi carrera, y aun después de dos décadas, donde me veía me saludaba con mucho cariño. Nada extraño en él. A pocos días fallece su madre.

Ella dice que esto le ha servido para entender que tenemos que depender de Dios todo el tiempo porque, sin ánimo de ofender, ellos tenían la oportunidad de llevar a sus padres a los mejores hospitales y que fueran atendidos por médicos y enfermeras conocidos. Y esa fue la primera lección. En el caso de su papá, porque no tenían acceso a él, y no pudieron darle una sopa, un abrazo, el cuido de familia que toda persona merece en ese momento trascendental. A sus padres Dios los apartó. A él por 15 días, y a su mamá por 10. Ambos debieron pasar soledad, tristeza, dolor. Pero Maribel está confiada en que Dios estuvo con ellos y trató con cada uno en su inmensa misericordia. Ella dice que solo de Dios podemos depender y en medio del dolor su y su paz ha crecido.

Más personal

Hace unos días viví una experiencia similar con la muerte de una persona muy querida en nuestra familia y no pudimos estar en su despedida por razones obvias. Fue doloroso escuchar llorar a mi hermana Ramona, por la pérdida de su madre, Chepa, sin poder abrazarla y darle apoyo. Pasa todos los días, con la misma carga emocional que solo sabe descifrar quien lo está viviendo. La diferencia radica en no perder la capacidad de asombro y ser solidario sin comprometer nuestra salud y aunque estés en casa sigue siendo un ente productivo, hijo, padre, amigo, esposo, y sobre todo, una mejor persona cada día. ¡Resistiremos!