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Mi vida en un cuento

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Coordinación: Maritza MorilloSanto Domingo

Había una vez y dos son tres, temprano una mañana de febrero, nací lejos de mi país. En una ciudad de nombre bonito, con un ancho río a sus pies, en América del Sur, donde mis padres vivían momentáneamente.

Soy la segunda de una fila de hermanos. Los Cabral Arzeno sumamos tres hombres y cuatro mujeres. Hogar singular el nuestro, de padres sin vacaciones, de dos pares de hermanos mellizos, de primos por vecinos y donde lo mucho era sencillo, sin aspavientos, sin frívolas pretensiones. Siempre fueron mis hermanos, y siempre serán, uno de mis fundamentales privilegios, lección de cariño compacto y apoyo incondicional en la libertad de las diferencias.

Conté mi primer añito en Santo Domingo, mi capital querida, que para la fecha cargaba el peso de un apellido de abominable recordación. Aún no vivíamos en nuestra casa, aquella cerca del mar, residencia por más de medio siglo de nuestros días compartidos, nuestros afanes, penas y alegrías.

Con mi mamá descubrí desde pequeña que hay que levantarse temprano y que es dicha saberse parte de un clan. Ella me regaló el encanto de la cocina y la mesa y el empeño de armar de metas los días. Quisiera pensar que algo de su sentido de la unión, de su dedicación, de su laboriosidad y fuerza corre por mi torrente sanguíneo. Mi padre me enseñó el abc, a buscar palabras en el diccionario y países en el mapamundi, a leer el periódico en alta voz, a mirarme al espejo, a cobijarme bajo el recio árbol de la familia.

Tiempos distintos aquellos, remotos y cercanos. Entonces hablábamos del viaje a la luna, pero no de armas nucleares y mucho menos de robots y el mundo fascinante de las comunicaciones. Tal vez no existía la carestía del agua, el peligro de sequías e inundaciones, el calentamiento de los mares y la contaminación ni tampoco la identidad zarandeada por propios y ajenos.

¿Cuándo quedé para siempre conquistada por la literatura para niños? No recuerdo si fue un lunes o jueves, si la mañana olía a mango o fue en horas de conversación de los grillos con las estrellas. Lo cierto es que ocurrió hace ya mucho tiempo y es de las cosas que verdaderamente me apasionan.

Me encanta inventar historias, divertirme construyendo hasta lo descabellado. Para escribir necesito la energía del sol. No me gusta el frío, aunque sé que es precisamente en días entoldados que el cielo escoge derramarse en alimento. En mis textos no hay candela, no hay lobos, ni nieve, ni búfalos, ardillas y bellotas. Pero sí el deleite de contar, de armar libros, con letra escogida, colores, con mirada y pisada de dominicana.

La emoción de mi pensamiento y corazón es de salitre y sal, del mar y la rutina de espuma de sus olas. Del paisaje verde, del camino de helechos, de la vista poblada de palmas erguidas bajo el cielo azul. De gente amable y la esperanza que renace en cada niño que va a la escuela.

En fin, que amo la palabra tanto como la familia. Hoy mis hijos y nietos no caben en el reducido espacio de mis dos manos. Tampoco sus intereses distintos ni el trampolín de travesuras de los chiquitos. Ajetreos maravillosamente intensos que han contribuido a ampliar mi mundo, a ayudarme a escuchar y disfrutar de aprender. Junto a Fabio, agradecida sueño cada noche con el despertar del nuevo día.

DE CUANDO NACIÓ EL NIÑO JESÚS Cuento de Lucía Amelia Cabral Melchor se acercó primero. Despacio, tan pleno de un sentimiento dulce que le provocó tos repetida. Al lado del niño se arrodilló y sin más quedó en trance, inmóvil el cuerpo. Al niño presentó su cofre cargado de oro y, con igual ilusión, también un abriguito de lana y algodón, más un par de medias para protegerlo del resfrío.

Entonces se acercó Gaspar. En extremo conmovido, inclinó el cuerpo en reverencia. Sin prisa, alzó la cabeza mientras levantaba su presente de incienso, que acompañó además de olorosos mangos amarillos y un frasco de miel con llovizna de pétalos de filoria.

Momentos después, Baltasar, joven al fin, se atrevió a más. Del arca de espejos que traía consigo, sacó su regalo de mirra. Y con ternura, ante la mirada de todos, ungió de perfume y calor los pies del niño. No lo hizo en silencio. Con voz que parecía de agua, para él cantó las nanas preferidas de su infancia.

AMOR POR LA ESCRITURA “Mi encantamiento con la literatura para niños no es un secreto. He publicado ‘Hay cuentos que contar‘ (1977), ‘Gabino’ (1979, 2004), ‘Soy el plátano’ (1984), ‘El camino de Libertad‘ (1999, 2011, 2015), ‘Carmelo’ (2002), ‘Mi abeceda-rio’ (2011, 2015), ‘Dime tú, que digo yo’ (2011, 2015), ‘Soy el río’ (2011, 2015), ‘Juan Bobo y Pedro Artimaña, una versión más del cuento folclórico’, (2015), de circulación restringida, ‘De cuando nació el Niño Dios’ (2015 ) ‘Cosquillas en el corazó ‘ (2016), y ya en imprenta Zumeca, novela para jóvenes. Mis cuentos andan su propio camino en ediciones colectivas, dice Lucía Amelia Cabral.

FELICIDAD: Uno de los momentos más felices en la vida de Lucía Amelia Cabral es poder sentarse en la sala de su residencia y contar cuentos a sus nietos.

Lucía Amelia Cabral lee un cuento a sus nietos Lucía Amelia, Juan Felipe y María Cayena Padovani Herrera,

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