La pobreza empuja a cada vez más estadounidenses a vivir en la calle

De hecho, al menos 29 millones de estadounidenses tienen dos o más trabajos.

Una mujer camina entre tiendas de campaña en un campamento de personas sin hogar en McPherson Square en Washington, el 15 de febrero de 2023. AP - Patrick Semansky

Una mujer camina entre tiendas de campaña en un campamento de personas sin hogar en McPherson Square en Washington, el 15 de febrero de 2023. AP - Patrick Semansky

En Estados Unidos, el 65% de los ciudadanos no tiene capacidad de ahorro. Están expuestos a "quedarse en la calle" frente a cualquier imprevisto: la muerte de un familiar, un accidente de salud, el alza de impuestos o una inflación récord como vive el país obliga a muchos a endeudarse o a buscar otras fuentes de financiación.

De hecho, al menos 29 millones de estadounidenses tienen dos o más trabajos. A estas personas se les llama "working poor" o "nuevos pobres", porque aunque logren pagar su techo, no tienen tiempo ni dinero para descansar, alimentarse bien y pagar seguro médico, unas condiciones que se parecen a la pobreza.

En McPherson Square, parque público a dos cuadras de la Casa Blanca, hasta hace muy poco estaba uno de los 95 campamentos de personas sin techo en Washington. Micro comunidades en la ciudad que han aumentado casi un 40% desde el 2020 y que llaman la atención de los turistas que visitan la capital estadounidense.

Washington tiene 671.000 habitantes según el último censo y al menos 4.400 personas están sin techo cada noche. Un número que la Alcaldía calcula una vez al año durante el invierno, pero que es cuestionado por organizaciones sin ánimo de lucro que dicen que la cifra podría ser el doble.

"Estamos siempre en modo supervivencia, tenemos que pensar siempre cómo vamos a comer, dónde nos vamos a bañar, dónde vamos a ir al baño, cómo protegernos, asegurarnos que no nos roben, descansar. Así, todos los días", dice Carlos Carolina, quien vivió en las calles de la ciudad más de siete años. Según él, esta realidad es tan difícil que entiende por qué muchos terminan buscando escapes a través de drogas y otros vicios: "Necesitan una forma de abstraerse de la realidad y de la imposibilidad de romper ese ciclo'', estima.

Andre Hunter, otro habitante de la calle, cuenta que durante 11 años, él y su novia se despertaban a las cinco de la mañana para hacer domicilios de comida usando aplicaciones como Doordash o Ubereats para reunir suficiente dinero y pagar su habitación de hotel antes del check-out diario.. "Todo esto está teniendo un efecto en mi salud mental. No puedo planear nada, no puedo pensar en un futuro con mi novia", cuenta Andre Hunter, irrumpiendo en llanto al ver a su novia llegar de hacer un domicilio vestida de hombre y montada en una patineta eléctrica. La noche anterior les habían robado todas sus pertenencias en la carpa donde duermen y la única opción para vestirse era con ropa de segunda que ofrecía una iglesia cercana a Dupont Circle, un barrio pudiente de la ciudad.

"Mucha gente asume que ser habitante de la calle es ser perezoso, pero hay que trabajar mucho más para lograr suplir sus necesidades cuando se está en la calle. Muchas veces la supervivencia se termina convirtiendo en su principal ocupación, como me pasó a mí", dice Reginald Black, que vivió más de una década en la calle y ahora es director de promoción de la organización Fairness Coalition que defiende los derechos de las personas sin techo.

Elevado precio de la vivienda

La pobreza viene con costos asociados muy altos y evitarlos es cada vez más difícil en Estados Unidos. Uno de los factores que más influye en el número de personas quedándose sin techo es el elevadísimo precio de vivienda. El alquiler de un apartamento de un cuarto en ciudades como Nueva York, San Francisco o Washington ha superado los 3.000 dólares al mes, aumentando un 30% en comparación con los precios del 2021.

"El precio de vivienda es exagerado en Washington y muchas personas se están dando cuenta que no pueden pagar sus alquileres y que necesitan algunos subsidios o ayuda. Además, la privatización constante de la vivienda pública hace parte del problema", explica Reginald Black, agregando que recientemente perdieron más de 60.000 viviendas públicas destinadas a los afroamericanos dada la privatización de edificios en la ciudad.

Parte del problema es la escasez de vivienda disponible y una demanda creciente dado que muchos estudiantes y profesionales regresaron a las principales ciudades después de la pandemia. El retorno a las grandes ciudades sube los precios de los alquileres. En algunas ciudades como San Francisco, la legislación local no permite la construcción de edificios en algunas zonas residenciales de la ciudad. Esto profundiza la escasez de vivienda y dispara los precios de los apartamentos disponibles.

Por otro lado, cuando los constructores convierten casas o edificios viejos en complejos de vivienda moderna, no solo suben el alquiler sino también los impuestos de los inmuebles cercanos. El alza impositiva tiene un efecto dominó para los vecinos que son obligados a pagar más por sus propiedades. En barrios de minorías latinas o afroamericanos, donde más ocurre la gentrificación, muchos terminan vendiendo sus propiedades desplazados por el mercado. "Yo no tengo problema en que ellos [los constructores] ganen plata, pero debe haber algún tipo de regulación para evitar que las personas resulten en la calle o tengan que vender sus casas", comenta Reginald Black.

"Working poors" o "nuevos pobres"

El 65% de los estadounidenses vive con lo justo para pagar sus gastos mensuales, es decir, no tiene capacidad de ahorro. Una situación que los deja muy expuestos y cualquier imprevisto de salud, una separación, la muerte de algún familiar, un incremento en el alquiler o una inflación disparada tiene graves consecuencias financieras. Por lo tanto, muchos optan por buscar otro trabajo y endeudarse para no terminar en la calle.

Según la Reserva Federal, al menos 26,5 millones de personas en Estados Unidos tenían dos trabajos en 2019. Sin embargo, la cifra puede ser mucho mayor si se cuentan los inmigrantes indocumentados y aquellos que hacen trabajos temporales. A este creciente grupo de ciudadanos Zygmunt Bauman los llamó "nuevos pobres". En Estados Unidos los llaman "working poor, porque aunque trabajen largas horas al día para poder pagar un techo y sus necesidades básicas, viven bajo pésimas condiciones que se parecen a la pobreza que tanto trabajan para escapar.

Cammy Viola, de 23 años, se graduó de Ciencias Políticas en Ithaca College en Nueva York y hoy trata de sobrevivir en Washington con dos empleos. Trabaja como diseñadora gráfica y es barista en un café. Trabaja de las 8:30 de la mañana a las 11:30 de la noche y gana cerca de 3.000 dólares al mes. Su horario no le permite dormir ni alimentarse bien y se enferma con frecuencia, teniendo que destinar 400 dólares al mes para sus gastos en medicinas. Suma no menor teniendo en cuenta que paga 1.500 dólares de alquiler por un apartamento compartido.

"En realidad, como mucho arroz con huevo frito. Como casi todos los días lo mismo. Es lo más barato y es delicioso. Pero mi salud definitivamente ha empeorado desde que me mudé a Washington", cuenta Viola, que tiene un presupuesto semanal de 80 dólares para su comida.

Aumento de los precios

En el último año, los precios de los productos y servicios básicos en Estados Unidos crecieron 7,1% (base noviembre). La gasolina subió 65,7%, la comida 12%, los servicios 15% y el transporte público cerca del 14%. Este aumento de precios ha significado que cada hogar estadounidense pague mensualmente 460 dólares más para vivir como lo hacía hace un año. Pero pocos logran ajustar sus bolsillos teniendo en cuenta que los salarios no han crecido al mismo ritmo que la inflación récord que vive el país.

El incremento salarial promedio en el último año ha sido de 4,9% para los 160 millones de estadounidenses que están en la fuerza laboral. El 48% de los trabajadores afirma que sus salarios se han mantenido sin cambios en el transcurso del año a pesar de la inflación y solo el 14% dice que sus ganancias crecieron a la par o por encima de la inflación en ese mismo período.

Durante las últimas cuatro décadas, Estados Unidos ha experimentado una crisis salarial en cámara lenta y la inflación la profundiza. Desde 1979, el crecimiento del salario medio se ha desacelerado considerablemente, con las caídas más pronunciadas para la clase media y clase baja, señala el Economic Policy Institute. De hecho, desde 1979 hasta el presente, el crecimiento promedio cayó al 0,7% anual. Aumentos salariales muy por debajo a los aumentos inflacionarios que hoy se registran en la economía del país.

Para el 2020, las familias afroamericanas tenían un ingreso familiar promedio anual cercano a los 41.000 dólares, mientras que las familias blancas tenían un ingreso de más de 70.000 dólares. Sin embargo, los efectos de la inflación, de los altos costos de vivienda y de los salarios estancados han tenido mucho más efecto en las minorías afroamericanas, latinas y de color en Estados Unidos. Así lo resaltan varios estudios de Bank of America, uno de los bancos más grandes del país.

Para Reginald Black, antes había una discriminación racial, ahora hay una "discriminación por ingreso" que afecta aún más la minoría afroamericana: "Lo que vemos ahora es una segregación vertical o de clase porque si no estás logrando cierto nivel de ingreso, vas a tener que pagar más del 50% de tu salario solo en vivienda, una situación insostenible".

Las personas que se identifican como negras constituyen el 13,6 % de la población total de Estados Unidos (333 millones), pero son el 37 % de todas las personas sin techo en el país (582,462 personas). Por otro lado, los habitantes de la calle que se identificaron como hispanas aumentó un 16% entre 2020 y 2022, según el informe anual de evaluación de personas sin techo del 2022 publicado por el Departamento de Vivienda y Urbanismo.

Menos necesidad de mano de obra

Es poca o nula la asistencia que reciben los estadounidenses en salud, educación, vivienda o servicios básicos a pesar de pagar altos impuestos (en muchos estados es de hasta un 30% entre tasas federales y estatales). Según el sociólogo Zygmunt Bauman, parte del problema es que la alianza entre la empresa privada y el Estado, que antes era beneficiosa para las dos partes, perdió vigencia por la globalización y la automatización. Hoy las empresas ya no necesitan del Estado para crear y cuidar una fuerza laboral y no ven el retorno de sus impuestos.

"Entre sus numerosas funciones, el Estado benefactor vino a cumplir un papel de fundamental importancia en la actualización y el mejoramiento de la mano de obra como mercancía: al asegurar una educación de buena calidad, un servicio de salud apropiado, viviendas dignas y una alimentación sana para los hijos de las familias pobres, brindaba a la industria capitalista un suministro constante de mano de obra calificada (algo que ninguna empresa o grupo de empresas podría haber garantizado sin ayuda externa)", escribe Zygmunt Bauman en su texto Trabajo, consumismo y nuevos pobres.

Los ingresos de las empresas dejaron de girar en torno de la producción de más bienes, por ende requieren menos mano de obra, menos empleados. "Hoy los negocios se miden por el valor de sus acciones y dividendos antes que por el volumen de su producción. La función de la mano de obra es cada vez menor en el proceso productivo mientras aumenta, al mismo tiempo, la libertad de las empresas en sus emprendimientos multinacionales", dice Bauman.

Además, la mano de obra es cada vez más fácil de reemplazar por máquinas y/o por la tercerización del trabajo en países donde es más barato contratar empleados y que ofrecen grandes beneficios tributarios a la inversión extranjera. La globalización facilita la tercerización de la mano de obra y el flujo de capitales favorece la elusión tributaria de grandes empresas como Nike, Fedex, Salesforce, y otras 50 empresas más que no pagaron impuestos a la renta en Estados Unidos en el 2020.

"AI desaparecer las ventajas de financiar la educación y la reproducción de mano de obra (mano de obra que muy difícilmente la industria vuelva a necesitar), los empresarios de la nueva era, si bien se les pide que compartan los costos de los servicios sociales, hacen uso de su nueva libertad para llevarse a otros países, menos exigentes, su dinero y sus empresas", agrega el sociólogo. En consecuencia, los gobiernos que insisten en mantener intacto el nivel de beneficios se ven acosados por el temor a una "catástrofe por partida doble": la multiplicación de los desempleados y el masivo éxodo de capitales que resulta en menos impuestos y fuentes de ingreso para el fisco.

Un futuro inseguro

En Estados Unidos, donde se defiende enérgicamente la libertad de empresa y la innovación, "las personas no están empezando nuevos negocios porque no tienen esa seguridad económica que necesitan para poder tomar el riesgo de emprender, y tampoco disponen del capital necesario para empezar", dice Annelies Goger, doctora en Economía y especialista en temas de pobreza y desigualdad para Brookings Institute. La economista agrega que hay costos muy altos para la sociedad cuando no le damos a los ciudadanos ese fundamento básico de seguridad económica que necesitan para dar el primer paso.

Una de estas consecuencias es que la mitad de los jóvenes adultos en Estados Unidos, de entre 18 y 29 años, siguen viviendo con sus padres por los altos precios de alquiler de vivienda. Así lo revelan datos recientes de la Oficina de Censo de Estados Unidos. Jóvenes que se lo piensan varias veces antes de casarse, formar hogar y tener hijos, contribuyendo al problema demográfico de la población estadounidense que cada vez envejece más.

"Ahora estamos viendo muchas mujeres que por los altos costos de las guarderías dejan sus trabajos para quedarse en sus casas cuidando a sus niños mientras su esposo trabaja", comenta Joseph Leitmann Santa Cruz, CEO y director ejecutivo de Capital Area Asset Builders. En Estados Unidos, no hay licencia de maternidad remunerada y el costo de las guarderías en algunos lugares es apenas un poco menor al salario promedio que reciben muchas. Una realidad económica con tinte machista que empuja a las mujeres a sacrificar su futuro profesional por quedarse en la casa.

El burn out y la salud mental de muchas personas también están en juego. Tener dos trabajos, dormir mal, no alimentarse bien, sacar poco tiempo para descansar o construir lazos sociales incrementa la soledad que encuentra desahogo en nuevos vicios o demandas de entretenimiento cada vez más intensas o "detox" permanente.

"Si no estuviera haciendo esto podría dedicarle mucho más tiempo y energía a mi otro trabajo y darle toda mi atención. Podría crecer más como diseñadora gráfica y escritora, enfocarme en lo que hago porque ahora voy en muchas direcciones y es difícil concentrarme", lamenta Cammy Viola.

No es muy alentador para la sociedad de un país que lucha por mantener su posición hegemónica en el mundo que el futuro de muchos jóvenes como Cammy se aplace cada vez más por las obligaciones del día a día. Y que para los adultos mayores como Ruth Portillo, salvadoreña y madre cabeza de familia, no haya vejez tranquila porque tendrá que trabajar hasta su último día para asegurarse un techo y comida. Algunos analistas se arriesgan a decir que se trata de una esclavitud moderna porque se trabaja de sol a sol únicamente para sobrevivir. Y a los que no trabajan, les espera el abandono social y económico.