Cerca del frente en Ucrania, la vida renace pese a la amenaza de la guerra
Viktoria Miroshnichenko volvió a su puesto de trabajo, en una juguetería que, como otras tiendas, acaba de reabrir en Kramatorsk, cerca del frente en el este de Ucrania, pese a que los bombardeos se siguen oyendo a lo lejos.
"Asusta un poco pero una se acostumbra", cuenta, apostada tras el mostrador de la tienda de peluches, bicicletas y patinetas para niños. La mujer estuvo sin trabajar casi tres meses en los que, según dice, no recibió casi ninguna ayuda pública.
La juguetería cerró sus puertas poco después de que empezara la ofensiva rusa, el 24 de febrero, como lo hicieron la mayoría de los comercios de Kramatorsk, una ciudad de la cuenca industrial del Donbás.
Pero en las últimas semanas han ido reabriendo y mucha gente ha vuelto. "En mi calle, donde hay unas 300 viviendas, casi todos los vecinos se habían ido, ahora casi todos han regresado", cuenta Miroshnichenko.
La situación es paradójica. Kramatorsk, una gran ciudad situada en el centro de lo que queda del Donbás bajo control ucraniano, revive poco a poco mientras que Sloviansk, al norte; Siversk, al noreste y Bajmut, al sureste, están bajo el fuego de la artillería rusa.
Pero la gente no tiene más opción que volver a sus casas, considera Oleg Malimonienko, que acaba de reabrir su restaurante. "En el 99% de los casos, es porque hay que comer, pagar el alquiler y las facturas", dice el hombre, de 54 años.
Ahora espera que la clientela vuelva y quizá recibir también a los militares ucranianos que se ven aquí y allá en la ciudad.
"Los militares son los que más cosas nos compran, sobre todo cuchillos y puñales", señala Natalia Kirichenko, vendedora en una pequeña tienda que abrió de nuevo sus puertas tras tres meses de cierre.
"Como nosotros, muchas personas han vuelto a Kramatorsk pero no tienen dinero", añade la mujer, de 56 años. Mientras estuvo sin trabajar, dice, recibió una ayuda del Estado pero a duras penas lograba llegar a fin de mes.
"Sentimos la amenaza"
"Cuando oímos bombardeos más o menos fuertes de un lado o de otro, sentimos la amenaza y nos preguntamos lo que nos espera", añade Kirichenko, resignada.
Pero ir al trabajo puede resultar difícil cuando no se tiene auto propio, añade la mujer, porque "el tranvía se detiene cada vez que suenan las alarmas de bombardeo" y estas resuenan varias veces, de la mañana a la noche.
Precisamente, los problemas de desplazamiento fueron lo que impulsó la reapertura del "Centro para bicicletas", explica uno de sus empleados, Vladimir Pozolotin.
"Muchos me preguntaban en mi cadena de YouTube cuándo íbamos a reabrir, pues algunos tienen miedo a usar el coche, o no tienen gasolina o no quieren hacer las largas filas de las gasolineras, así que compran una bici o vienen para que les reparemos la que ya tienen", explica el hombre de 33 años, que pedalea 4 km cada día para venir a trabajar.
Según dice, se ha acostumbrado al ruido de los bombardeos, que de momento no han alcanzado Kramatorsk, de donde él no se ha movido en todo el conflicto.
"Si eso cae cerca de aquí", dice, aludiendo a los tiros de cohetes que impactan en ciudades cercanas, "ya veremos. ¿Y si la ciudad se ve amenazada seriamente?: "¿Irse? Pero ¿a dónde?".