Coronavirus

Frente a la pandemia, los creyentes confían más que nunca en Dios

El distanciamiento social, la prohibición de reuniones y el confinamiento han afectado profundamente a los fieles

Frente a la brutalidad de la pandemia de coronavirus, que se ha cobrado casi dos millones de vidas en un año, los creyentes ortodoxos, judíos, cristianos, sijs y musulmanes de todo el mundo buscan consuelo y esperanza en la oración.

Privados a menudo de sus lugares de culto y sin poder reunirse en estos tiempos de dolor y luto, se dirigen al Cielo y al clero.

En una calle de Ciudad de México, Enriqueta Romero se ocupa cuidadosamente de un pequeño santuario dedicado a la Santa Muerte. Tras un escaparate hay un esqueleto con velo dorado, rodeado de estatuillas y velas.

Este pequeño altar es uno de los últimos espacios de oración disponibles en la ciudad. Aunque no es del todo acorde con el Vaticano, los fieles acuden con fervor.

"Hay mucha gente que está fuera de las iglesias pidiéndole a Dios que no nos olvide, pidiendo a Dios que se lleve la enfermedad, porque son muchas necesidades", dice Enriqueta.

"Gracias a ella estoy aquí con la salud que me da a mí y a mis hijos y no nos deja sin trabajo, de una forma o de otra, siempre nos ayuda, siempre está con nosotros.", dice Gabriela Rangel, una vendedora ambulante que vino a buscar la protección de la Santa Muerte.

El distanciamiento social, la prohibición de reuniones y el confinamiento han afectado profundamente a los fieles de religiones de todo el mundo.

Improvisar

En la comunidad israelí ultraortodoxa de Bnei Brak, cerca de Tel Aviv, "la rutina incluye tres oraciones diarias, observadas por al menos diez fieles", dice el rabino Nechemia Bluestein. "Tuvimos que improvisar".

En caso de luto, "vemos nuevos comportamientos, que nunca antes habíamos visto. La gente ya no se hace visitas, sino que llaman o envían una carta de condolencias (...) Las personas que están de luto tienen que arreglárselas y es muy difícil", dice.

En la Iglesia de San Sava de Belgrado, Serbia, el diácono ortodoxo Mladen Kovacevic piensa sin embargo que el luto es "más fácil de aceptar para un creyente, que encontrará consuelo y paz en su fe". "Un sacerdote puede hacer mucho por su rebaño", dice.

El año pasado la iglesia ortodoxa perdió a su patriarca serbio Irinej por el covid-19 y luego la iglesia ortodoxa de Montenegro perdió al suyo, contagiado en el multitudinario funeral del primero.

En París, la ausencia de contactos ha modificado la misión del padre Patrice Sonnier, vicario episcopal de la pastoral funeraria de la diócesis de la capital francesa. "Somos mucho más sensibles a la acogida y al acompañamiento de las familias en este período de confinamiento", dice.

Gurpreet Singh Anand, presidente del templo sij Central Gurdwara de Londres, también insiste en el apoyo y la ayuda mutua. "Tomamos mucho tiempo para hablar con la gente, para asegurarles que el gurdwara está ahí. Para ellos, poder venir y visitar el templo es muy importante".

Serenidad

La legendaria sabiduría de las religiones asiáticas sigue viva en estos tiempos difíciles.

En Tailandia, Pakawat Jityomnant, un devoto budista, limitó el funeral de su padre a "un día y una noche" debido a la falta de asistencia. Pero, "al final, tal vez solo sea el destino. Alguien puede vivir, alguien tiene que morir" con el virus.

"Desearía que los budistas tuvieran paz mental, sin estar preocupados o estresados [por el virus]. Todo el mundo tiene que morir", dice el sacerdote Thawornthammanusit en el templo de Bang Peng Tai de Bangkok.

En Tokio, el monje Reikou Sasaki del templo Zojoji, elogia la religión como factor de apaciguamiento para los creyentes: "Intentamos mantener la serenidad frente al Buda y sintiendo su espíritu misericordioso", afirma.

A orillas del río Ganges, en Hardiwar (India), donde se celebra este mes el festival Kumb Mela, miles de personas se exponen a la contaminación en los escalones del río para darse un "baño real".

"Dios se ocupará de los temores de la pandemia. Los humanos cumplen con su deber y Dios con el suyo", dice con fatalismo Sanjay, llegado desde la capital Nueva Delhi.