Análisis de un fracaso: cinco lecciones de la iniciativa de Trump de trasladar la responsabilidad

La investigación reveló que las decisiones fundamentales acerca del manejo del virus durante ese periodo no fueron tomadas por el equipo de trabajo de la Casa Blanca que se dedica a combatir el virus.

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The New York TimesWashington, EEUU

Una investigación de The New York Times descubrió que el presidente Donald Trump y sus altos asesores decidieron trasladar a los estados la responsabilidad principal relacionada con la respuesta al coronavirus durante un periodo determinante a mediados de abril, aprovechando con avidez unas predicciones demasiados optimistas de que la pandemia estaba desapareciendo. De esta manera el presidente podría reactivar la economía y concentrarse en su reelección.

La investigación reveló que las decisiones fundamentales acerca del manejo del virus durante ese periodo no fueron tomadas por el equipo de trabajo de la Casa Blanca que se dedica a combatir el virus, sino por un pequeño grupo de asesores, el cual se reunía todas las mañanas en la oficina de Mark Meadows, el jefe de gabinete del presidente.

Uno de sus objetivos era justificar la declaración de victoria en la lucha contra el coronavirus. Con ese propósito, a menudo buscaban la validación de Deborah Birx, una experta muy reconocida en enfermedades infecciosas, quien era la principal promotora en el ala oeste de la idea de que los contagios habían llegado a su nivel máximo y el virus estaba desapareciendo rápidamente.

Pese a las advertencias de las autoridades estatales y de otros expertos en salud pública, Trump aplicó una estrategia premeditada al trasladar la responsabilidad a los estados casi inmediatamente después de presentar los lineamientos para la reactivación económica. Posteriormente, no tardó en desvirtuar dichos lineamientos al exhortar a los gobernadores demócratas a que “liberaran” a sus estados de esas mismas restricciones.

Las entrevistas con más de una veintena de altos funcionarios del gobierno, autoridades de salud locales y estatales, y un análisis de correos electrónicos y documentos demuestran la manera en que un periodo crucial a mediados de abril llevó al país a un nuevo incremento de casos, por lo que Estados Unidos registró más de 65.000 casos nuevos de coronavirus al día.

Estos son algunos hallazgos determinantes:

La sala donde ocurrió.

Los funcionarios del ala oeste consideraban que el equipo de trabajo para el coronavirus de la Casa Blanca era disfuncional, y descalificaban cada vez más a Anthony Fauci, el especialista en enfermedades infecciosas más importante del país, y a las autoridades de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, quienes, según ellos, se habían equivocado en sus apreciaciones iniciales acerca de la trayectoria del virus.

Como resultado, algunos aspectos fundamentales de la estrategia gubernamental se formularon a puerta cerrada en las reuniones diarias de Meadows, a las que asistían asesores que en su mayoría no tenían experiencia en emergencias de salud pública y estaban siguiendo las indicaciones del presidente.

Cuando la pandemia del coronavirus atacaba con fuerza en abril, el equipo se reunía todos los días a las 8 de la mañana. Además de Birx, participaban Joe Grogan, asesor en política interna del presidente; Marc Short, jefe de gabinete del vicepresidente Mike Pence; Russell T. Vought, director interino de presupuesto del presidente; Chris Liddell, subjefe de gabinete; Jared Kushner, alto asesor y yerno del presidente; Hope Hicks, la protectora de la marca Trump; y Kevin A. Hassett, alto asesor económico.

En el lenguaje burocrático de sus reuniones, decían que su objetivo era orquestar una “transferencia de autoridad a los estados”. Como le decía Meadows a la gente: “Solo en Washington D.C. creen que tienen la respuesta para todo Estados Unidos”.

Birx: la optimista de la Casa Blanca.

Birx tuvo una participación más importante de lo que se sabe públicamente sobre el dictamen que se dio dentro del ala oeste, según el cual el virus estaba bajo control y su trayectoria iba en descenso.

Sin embargo, su evaluación de la situación, que se basaba en modelos, no tomó en consideración una variable fundamental: la manera en que la urgencia de Trump por regresar a la normalidad reduciría el distanciamiento social y perjudicaría otras medidas que lograban mantener bajas las cifras.

Durante las reuniones matutinas en la oficina de Meadows, Birx casi siempre decía lo que esperaba el nuevo equipo: “Todas las metrópolis se están estabilizando”, les decía, y explicaba que el virus alcanzaría su “pico” alrededor de mediados de abril. El área de Nueva York representa la mitad de la totalidad de los casos del país, afirmó. La pendiente se movía en la dirección correcta. “Estamos por llegar a lo peor de la pandemia”.

Durante buena parte de mediados de abril, Birx se enfocó mucho en la experiencia de Italia en el combate al virus. En su opinión, era una muy buena comparación y les comentaba a sus colegas que Estados Unidos estaba en la misma trayectoria que Italia, donde hubo picos enormes antes de que los contagios y los decesos llegaran casi a cero.

Birx recorría los vestíbulos de la Casa Blanca y en ocasiones distribuía diagramas para sustentar sus argumentos. “Hemos alcanzado nuestro pico”, decía, y ese mensaje llegaba hasta Trump.

Trump estaba en un predicamento: si se realizaban más pruebas había más casos reportados.

Pronto, el presidente se sintió atrapado por sus propios lineamientos de reactivación, lo cual lo puso en un predicamento que él mismo provocó.

Para poder reiniciar actividades, se necesitaba que se redujera el número de casos en los estados, o al menos que disminuyera el porcentaje de pruebas positivas. Pero si se realizaban más pruebas, la cifra global de casos iba a ascender, no a descender, lo que perjudicaba la insistencia del presidente en que la prioridad era que la economía se volviera a poner en marcha.

La solución fue intensificar la singular campaña pública contra las pruebas, lo cual formó parte de los ejemplos más claros de su rechazo a asumir una función informada de liderazgo. Y también evidenció que, con frecuencia, Trump terminaba en guerra con los expertos de su propio gobierno y las políticas establecidas.

Trump pasó de enfatizar que el país ya estaba haciendo más que cualquier otro país a mofarse de la importancia del virus. Para junio, el presidente hacía constantes declaraciones absurdas como “Si en este momento dejamos de hacer pruebas, tendríamos muy pocos casos, o ninguno”.

La transferencia de la responsabilidad por parte de Trump tuvo consecuencias.

Las extrañas declaraciones públicas del presidente, su renuencia a usar cubrebocas y la presión que ejerció sobre los estados a fin de que reactivaran sus economías dejó a los gobernadores y a los funcionarios de los estados frente a un vacío de liderazgo que complicaba sus esfuerzos para combatir el virus.

En una ocasión, le dijeron al gobernador de California, Gavin Newsom, que si quería que el gobierno federal le ayudara a conseguir el material necesario para realizar las pruebas del coronavirus, tendría que pedírselo directamente a Trump… y agradecérselo.

Luego de ofrecerle su ayuda para obtener 350.000 kits para las pruebas durante una conversación matutina con uno de los asesores de Newsom, Kushner dejó en claro que la ayuda del gobierno federal dependería de que el gobernador le hiciera un favor.

“El gobernador de California, Gavin Newsom, tuvo que llamar a Donald Trump y pedirle los kits”, recordó el asesor Bob Kocher, funcionario de salud de la Casa Blanca en la época de Obama.

El alcalde republicano de Miami, Francis X. Suarez, comentó que el enfoque de la Casa Blanca tenía una sola prioridad: volver a abrir los comercios, en vez de prever cómo debían responder las ciudades y los estados si los casos volvían a aumentar.

“Todo se basaba en reducir, abrir, reducir, abrir más, reducir, abrir”, señaló. “Nunca se habló de lo que sucede si hay un aumento después de volver a abrir”.

La Casa Blanca tardó en reconocer que se había equivocado.

No fue sino hasta principios de junio que los funcionarios de la Casa Blanca comenzaron a reconocer que sus suposiciones acerca de la trayectoria de la pandemia habían estado equivocadas.

En las reuniones del equipo de trabajo, los funcionarios analizaron si el pico de la pandemia en el sur estaba vinculado a las manifestaciones multitudinarias por el asesinato George Floyd o si quizás eran un efecto secundario efímero de las concentraciones del Día de los Caídos.

Al examinar los nuevos datos acerca del virus proporcionados por Birx, de inmediato concluyeron que, de hecho, el virus se estuvo propagando con una fuerza imperceptible durante las semanas de mayo en que, exhortados por Trump, los estados reiniciaron actividades y muchos cantaban victoria.

Incluso ahora, existen divisiones internas sobre hasta qué punto las autoridades deben reconocer públicamente la realidad de la situación.