Opinión: Las pruebas están al borde de la parálisis. Esas son muy malas noticias
NUESTRA LUCHA CONTRA LA PANDEMIA REQUIERE RESULTADOS EXPEDITOS DE LAS PRUEBAS, Y UNA COOPERACIÓN SINGULAR ENTRE LOS ESTADOS PARA LOGRARLOS.
Mientras los casos de COVID-19 se disparan a sus niveles más altos en decenas de estados, los esfuerzos de aplicación de pruebas en la nación están al borde de la parálisis debido a los retrasos generalizados en la obtención de los resultados. Estas son muy malas noticias porque, aunque las pruebas sean contundentes, no se puede controlar la pandemia sin resultados rápidos.
Este es el fracaso más reciente de nuestra respuesta nacional frente a la peor pandemia que ha ocurrido desde hace un siglo. Debido a que el gobierno de Trump ha renunciado a la responsabilidad, los gobernadores deben unir fuerzas para enfrentar esta amenaza antes de que el cataclismo que está experimentando Florida se vuelva una realidad en todo el país.
La primera orden del día para los gobernadores deberían ser las pruebas.
A pesar del alarde que hizo el presidente Trump a inicios de este mes de que la realización de pruebas es “tan inmensa y tan buena”, las dos empresas más grandes de Estados Unidos dedicadas a las pruebas comerciales, Quest Diagnostics y LabCorp, se han visto rebasadas y han sido incapaces de ofrecer resultados con prontitud. Las demoras, que son en promedio de una semana o más solo para pacientes hospitalarios de máxima prioridad y profesionales de la salud sintomáticos, son desastrosas para los esfuerzos de ralentizar la propagación del virus.
Sin resultados rápidos, es imposible aislar las nuevas infecciones con la rapidez necesaria para extinguir los brotes antes de que crezcan. Un diagnóstico lento incapacita el rastreo de contactos, el cual implica no solo poner en aislamiento a quienes dan positivo, sino también advertir de inmediato a los contactos de la persona infectada para que también se pongan en cuarentena y eviten exponer a otros al virus sin darse cuenta.
La alcaldesa de Atlanta, Keisha Lance Bottoms, fue una de las personas que esperaron una cantidad absurda de tiempo para obtener sus resultados. “POR FIN recibimos los resultados de las pruebas que nos hicimos hace ocho días”, tuiteó la semana pasada. “Una persona de mi casa había dado positivo en aquel momento. Para cuando nos hicimos la prueba de nuevo, una semana más tarde, tres de nosotros teníamos COVID-19. Si lo hubiéramos sabido antes, nos habríamos puesto en cuarentena de inmediato”.
Esta semana, llegó otra queja, ahora del ex jefe interino del Gabinete de Trump, Mick Mulvaney, quien en un artículo de opinión para CNBC escribió: “Mi hijo se hizo la prueba hace poco; tuvimos que esperar de cinco a siete días para saber los resultados”. También señaló que a su hija le dijeron que no calificaba para una prueba, agregó: “Eso es simplemente imperdonable en este momento de la pandemia”.
Conforme el verano se convierte en otoño, la realización lenta y fragmentada de pruebas socavará de muerte la reapertura de las escuelas y universidades, las cuales basan sus planes en la detección rápida de brotes y la contención de la propagación. Hacer pruebas a millones de estudiantes perpetuará un sistema nacional de por sí endeble.
El vicepresidente Mike Pence se equivocó por completo cuando invocó casualmente un “éxito nacional extraordinario en la realización de pruebas”, en una llamada reciente con los gobernadores del país, al igual que el presidente cuando hizo una proclamación similar sobre el éxito de las pruebas. Estas aseveraciones contribuyen a una falsa sensación en el público en general de que las pruebas tal vez tuvieron tropiezos al principio, pero que ahora se están redoblando esfuerzos de manera lenta pero segura.
La realidad es que la propagación del virus ha superado por mucho la expansión de la capacidad para realizar pruebas. A su vez, esa propagación genera más enfermos y, por lo tanto, más pruebas que procesar, y esto ralentiza aún más el tiempo de entrega en un círculo vicioso. La dedicación y la paciencia de miles de personas que esperan horas en filas serpenteantes de autos para hacerse la prueba se desperdician cuando los resultados no se entregan con la velocidad necesaria.
Estamos en este punto debido a la ausencia de un plan federal coordinado y, en efecto, porque parece que la Casa Blanca tiene una hostilidad vehemente a producir uno. Los gobernadores y los legisladores estatales de la nación deben llenar el vacío.
La unidad entre los estados no solo implica ser buenos vecinos, sino también ver por los intereses propios. Mientras continúen los viajes interestatales, la realización inadecuada de pruebas en cualquier parte es una amenaza para la salud pública en todas partes, incluidos los lugares que han encontrado o desarrollado capacidades para hacer las pruebas a nivel local y son menos proclives a toparse con la saturación que están experimentando Quest y LabCorp.
La diferencia notable entre el liderazgo federal y el estatal es que el primero puede imprimir dinero y el segundo no. Si los estados van a redoblar sus esfuerzos, necesitarán recursos: dinero del Congreso sin obstáculos del poder ejecutivo, coordinación y ayuda mutua, y cooperación y experiencia de la misma ciudadanía.
Esto es lo que los gobernadores deben hacer para mejorar la capacidad general de realización de pruebas antes del final del verano: lo mejor es que empiecen con una cumbre en las próximas dos semanas.
Los gobernadores deben trabajar juntos para llenar los vacíos en sus propios programas de pruebas y rastreo de contactos. La Asociación Nacional de Gobernadores ayudó en un esfuerzo similar para detener la propagación del virus del Zika.
En marzo, hubo una refriega y una competencia para obtener equipo de protección personal. Ahora, la distribución de pruebas y su procesamiento podrían terminar en otra batalla campal. Una estrategia coordinada entre todos los estados evitaría este escenario. Se deben establecer métricas congruentes para la rendición de cuentas y para identificar los detonantes que requieren respuestas políticas rápidas. Actuar en sintonía puede facilitar la toma de decisiones difíciles o controvertidas, como ordenar cierres de emergencia cuando las pruebas demuestren que se ha reanudado la propagación.
Los gobernadores también deberían ayudar compartiendo su capacidad local para procesar pruebas, como los laboratorios universitarios, a fin de que esté disponible donde sea más necesaria. Depender en gran medida de dos grandes empresas de pruebas comerciales, como lo estamos haciendo en este momento, ha demostrado ser una vulnerabilidad significativa.
Por ejemplo, el Instituto Broad del Instituto Tecnológico de Massachusetts y la Universidad de Harvard ha redoblado sus esfuerzos en Massachusetts con una mayor capacidad para procesar pruebas, tanta que no se usa en su totalidad. Sin embargo, no hay ningún proceso establecido para que un doctor en Arizona, por ejemplo, recete una prueba que procese el Instituto Broad. Los gobernadores pueden resolver ese problema. También pueden encontrar la forma de subsidiar la inversión de los laboratorios para expandir su capacidad, desenredar las complicaciones de los seguros médicos a fin de que cubran las pruebas y producir innovación en las pruebas.
En particular, deberían alentar a los sectores académico y comercial para que desarrollen, evalúen y produzcan pruebas nuevas, rápidas y realizables en los puntos de atención. De una manera más generalizada, deberían reclutar científicos de datos y expertos en comunicación científica preparados para brindar sus habilidades a un esfuerzo unificado.
No podemos permitir que las demoras de Quest y LabCorp marquen el inicio de una espiral descendente. Más bien, debemos dirigir una estrategia nacional para que Estados Unidos esté al nivel de otros países que están haciendo retroceder con éxito la pandemia.
Resolver el problema de las pruebas es fundamental para detener la propagación del virus. A partir de ese punto, los gobernadores pueden crear un plan de ataque exhaustivo a nivel nacional. Para lograrlo, se necesitarán nuevas formas de gobierno coordinado. Ante la ausencia del liderazgo federal, es el turno de que los gobernadores den un paso al frente.