La prioridad a la seguridad le da a la Casa Blanca una apariencia amurallada

Manifestantes se aproximaron a la valla recién construida frente a la Casa Blanca en Washington, el jueves 4 de junio de 2020. (Anna Moneymaker/The New York Times)

Manifestantes se aproximaron a la valla recién construida frente a la Casa Blanca en Washington, el jueves 4 de junio de 2020. (Anna Moneymaker/The New York Times)

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The New York TimesWashington, Estados Unidos

El presidente Donald Trump se enfureció cuando salió la noticia de que cuando se congregaron los manifestantes afuera de la Casa Blanca el fin de semana pasado, lo habían llevado rápidamente a un búnker subterráneo. Pero ahora que las multitudes siguen regresando a manifestarse, parece que todo el complejo de la Casa Blanca se está convirtiendo en un búnker en sí mismo.

Todos los días se erigen más vallas y se instalan más barreras de concreto conforme se amplía cada vez más el perímetro de seguridad. El símbolo de la democracia estadounidense, reconocido universalmente, parece más y más una fortaleza sitiada en el corazón de la capital del país, como una versión en Washington de la Zona Verde que protegía a los funcionarios estadounidenses e iraquíes en Bagdad durante la peor época de la guerra.

Las medidas tomadas durante la semana pasada han hecho que el recinto que ocupa el presidente, su familia y su personal esté más blindado ante las manifestaciones, pero también más alejado de la población estadounidense. Es seguro que en algún momento se retirarán los efectivos de la Guardia Nacional y la policía antidisturbios, y los funcionarios de la Casa Blanca dicen que las barreras se quitarán tarde o temprano. Pero la historia demuestra que los cambios a la seguridad que se hacen en la Casa Blanca a raíz de una amenaza pasajera a menudo se convierten en cambios permanentes.

Debido a que la capital se encuentra repleta de elementos de seguridad y gran parte del centro está cerrado, los funcionarios de Washington están encrespados por su apariencia marcial y temen que la ciudad esté siendo transformada de nuevo de una forma que evoca a los países totalitarios cerrados y no a una sociedad abierta y pluralista.

“Tengamos en cuenta que esa casa le pertenece al pueblo”, dijo la alcaldesa Muriel Bowser esta semana, e incluso le envió a Trump una carta pidiéndole que retirara de las calles a los elementos de seguridad adicionales. “Da una imagen muy triste que la casa y sus habitantes tengan que estar amurallados”.

Bowser envió su propio mensaje cuando, el viernes, mandó a los trabajadores de la ciudad a pintar las palabras “Black Lives Matter” (las vidas negras importan) con letras amarillas gigantescas que abarcaban dos cuadras de la calle 16 que conduce a la Casa Blanca. También publicó un aviso en el que rebautizaba esa área como Black Lives Matter Plaza.

Los funcionarios de la Casa Blanca subrayaron que Trump no ordenó estos cambios, sino que se hicieron a petición del Servicio Secreto con base en su evaluación de la seguridad de la situación. La semana pasada, hubo algunos incendios pequeños a una cuadra del recinto, incluyendo uno que provocó daños menores en la icónica Iglesia Episcopal de San Juan, y algunos manifestantes rompieron una barricada cercana al Departamento del Tesoro, el cual se encuentra al lado de la Casa Blanca. Las autoridades dijeron que decenas de elementos de las fuerzas policiales habían resultado heridos en altercados con los manifestantes.

Pero aunque, en su mayoría, las manifestaciones cercanas a la Casa Blanca han sido pacíficas, sobre todo a lo largo de la semana, Trump no parece sentirse incómodo con la seguridad cada vez mayor. Ha aceptado la idea de desplegar unidades del ejército en las calles de la capital, al considerar esto como una demostración de poder y para reñir con los gobernadores que no han usado más a la Guardia Nacional en sus estados.

“Cuando llegaron fue como pan comido”, dijo Trump en una conferencia de prensa en la Casa Blanca, refugiado detrás de las nuevas vallas y rodeado de elementos de seguridad. “Llamen a la Guardia Nacional. Llámenme a mí. Tendremos mucha gente, más gente que ustedes para controlar las calles. No podemos dejar que suceda lo que sucedió. A esto se le llama controlar las calles”.

El viernes, el Servicio Secreto dijo que cerraría las áreas de 72.800 metros cuadrados que están alrededor del recinto de la Casa Blanca hasta el 10 de junio, pero no dijo explícitamente si quitarían las barreras. “Estos cierres tienen por objetivo mantener las medidas de seguridad necesarias alrededor del complejo de la Casa Blanca y al mismo tiempo permitir las manifestaciones pacíficas”, dijo en un comunicado.

En medio de las manifestaciones, la Casa Blanca se estaba preparando para la posibilidad de que el sábado llegaran a Washington cientos de miles de manifestantes. La Casa Blanca se rehusó a hablar de ese asunto de manera oficial. “La Casa Blanca no hace comentarios sobre los protocolos y las decisiones de seguridad”, señaló el vocero Judd Deere.

No obstante, otro funcionario, que habló de los protocolos de seguridad con la condición de mantener su anonimato, dijo que no había intenciones de que las nuevas vallas y barreras de concreto fueran permanentes y comparó la ampliación del perímetro con las medidas temporales que se tomaron cuando el papa Francisco visitó al presidente Barack Obama en 2015.

Al menos por el momento, las imágenes son inquietantes. “La Casa Blanca le pertenece al pueblo”, afirmó Lindsay Chervinsky, historiadora presidencial del Instituto de Estudios de Thomas Paine en Iona College. “Es propiedad del pueblo estadounidense, el pueblo la paga y le permite al presidente vivir ahí. Las vallas y las barreras demuestran que Trump está rechazando el ejemplo de sus predecesores y, en cambio, se está ocultando del pueblo estadounidense”.

Muchos detractores y analistas compararon las barreras adicionales alrededor de la Casa Blanca con el muro que está construyendo a lo largo de la frontera sur del país, una manifestación a pequeña escala de su deseo de dejar fuera a los intrusos. En este caso, los intrusos no son extranjeros, sino compatriotas estadounidenses.

“Si Trump construyera más de cinco kilómetros de vallas alrededor de la Casa Blanca, se rebasaría la longitud de su nuevo muro en la frontera sur”, escribió en Twitter Anthony Scaramucci, quien trabajó poco tiempo con Trump como director de comunicaciones de la Casa Blanca antes de pelearse con él. “Solo su incompetencia supera su intolerancia”.

Al menos por ahora, el nuevo perímetro de seguridad ha anexado la Plaza Lafayette, un sitio emblemático lleno de árboles con su distintiva estatua de Andrew Jackson en su caballo que se ubica al norte de la Casa Blanca, donde los residentes de la ciudad, los turistas, los manifestantes y los chiflados han paseado, gritado y soltado peroratas durante unos 200 años.

Una nueva cadena de vallas de aproximadamente dos metros y medio de altura fue construida esta semana a lo largo del extremo norte del parque, lo que obligó a los manifestantes a quedarse más lejos de la Casa Blanca. Ahora las vallas se han extendido por la calle 17, a lo largo del lado oeste del complejo de la Casa Blanca, y como hasta la mitad de la Avenida Constitución, el límite sur del parque Elipse. En muchos lugares se han colocado barreras de concreto detrás de las vallas. Montones de segmentos de vallas fueron apilados el viernes en la calle 15 para que los trabajadores completaran el perímetro.

Artistas pintan la frase Black Lives Matter (las vidas negras importan) en la calle que acaba de ser rebautizada como Black Lives Matter Plaza en Washington, el viernes 5 de junio de 2020. (Michael A. McCoy/The New York Times)