fábulas en alta voz

¡Suicidas a la vista!

Marta Quéliz, editora L2

Marta Quéliz, editora L2

La verdad señores que este país todos los días se parece más a una selva. En lo que al tránsito se refiere, todo el mundo hace lo que le da la gana. No se respetan las leyes, no hay régimen de consecuencia, y lo peor es que, por más proyectos a desarrollar que prometan las autoridades para evitar el caos en las vías, no hay respuesta positiva que aliente a la gente. Cada día hay más taponamientos y más motoristas dispuestos a “matarse o hacer matar” a los demás.

La pandemia de los Deliverys

Cada día más motores copan las calles de la ciudad. No hay semáforos, no hay intersección, no hay nada que detenga a los deliverys y motoconchistas, quienes se desplazan a toda velocidad, sin freno, sin la debida conciencia de las consecuencias que esto les puede traer a ellos o al resto que anda por las calles, ya sea montado o caminando. Lo mismo pasa con los que echan carreras clandestinas pasando por alto la cantidad de accidentes y muertes que esto ha provocado. No sé si ustedes lo ven así, pero yo los observo y sólo pienso que son ¡suicidas a la vista!

Un paseo moderado

Para que aprendan un poco a valorar la vida, invité a un grupo de motoristas a visitar la ciudad fabulosa. Llegaron tímidos porque les hacía falta esa adrenalina que durante el moderado trayecto no experimentaron. Conforme iban mirando cómo conducen “sus colegas” en aquel lugar, movían su cabeza en señal de que estaban de acuerdo con esa conducta ciudadana y con el comportamiento de quienes se desplazaban en sus motores por las vías respetando todas las señales de tránsito y evitando tener o provocar accidentes. Allí no hay que elaborar proyectos para impedir la imprudencia. La formación y la educación vienen de la casa y la escuela. Eso sí, el que se atreva a violentar la Ley de Tránsito, sabe que debe pagar por ello. Dependiendo de la gravedad de infracción, es la pena a cumplir.

Haciendo y deshaciendo

Los invitados a la ciudad fabulosa estaban sorprendidos de cómo funcionan las cosas allí. No dejaban de comentar cómo estuvieran las cárceles de República Dominicana si se cumplieran las leyes y si se les pusiera un freno a la cantidad de motoristas que anda por las calles haciendo y deshaciendo sin control alguno. Por esa razón al regresar a su realidad, botaron el miedo que tenían de sólo pensar en lo que les pasaría de vivir en aquel lugar. Respiraron profundo porque, aunque vieron cómo preservarían su vida y las de los demás si ponen en práctica lo aprendido, saben que aquí nadie los obliga a manejar con prudencia, al contrario: la ley los ampara. Por eso es que, gusténos o no, seguiremos observando ¡suicidas a la vista!

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