Fábulas en alta voz

Brindar un servicio no es hacer un favor

Marta Quéliz

Sé que muchos de ustedes se identificarán con esta columna. La razón es simple: en los últimos tiempos hemos ido observando cómo el servicio al cliente, tema que hemos tratado ya, hace mucho está en extinción. Vamos a una institución o a un establecimiento comercial y nos tratan como si en vez de pagar por el servicio que buscamos, lo que queremos es que nos hagan un favor. Hay jóvenes que están para dar información, por ejemplo, y le pagan para ello, y a veces no saben ni dónde tienen la cabeza. Ante su desconocimiento dan mala respuesta, dicen que no saben o te hacen sentir como que te están “ayudando” de lástima si hacen el esfuerzo por conseguir el dato buscado.

Mucho irrespeto

El otro día, una señora en una caja, cobrando porque ese era el trabajo que estaba desempeñando, le dijo a una cliente que se disponía a pagar: “Mire, a esta hora yo no cobro compras tan grandes. Ya yo casi me voy, vaya a la caja tal”. Yo quiero que ustedes hubiesen tenido el chance de ver la fila que había en esa otra caja. La señora, muy amable le dice: “Pero por qué no me lo dijiste antes o dile a tu compañera que me atienda que ya hice fila contigo”. La mujer, sin reparo, le dijo: “Ese es su problema, yo ya me voy, ya cumplí por hoy. La estoy ayudando diciéndole a cuál debe ir para que no siga haciendo fila en vano”.

Ante la impotencia

Al ver la cara de rabia, de desconsuelo, y por supuesto, de impotencia que puso la señora que, a juzgar por su compra, ya llevaba un buen tiempo en el lugar, sólo atiné a transportarla a una ciudad fabulosa donde ofrecer un servicio no es hacer un favor. Allí abunda la amabilidad, siempre hay una respuesta que deja conforme al usuario y con ganas de volver al lugar. En aquel sitio no se acepta entre los colaboradores a gente atropellante, personas sin delicadeza, sin sentido común y sin respeto hacia los demás. A todo el mundo hay que tratarle igual y la decencia debe ser la protagonista.

Sin viaje de regreso

A juzgar por la expresión de alegría y satisfacción que adoptó la señora mientras veía cómo funcionan las cosas en aquella ciudad fabulosa, sabía que iba a ser difícil regresarla a esta ‘selva de cemento’ donde estamos viviendo. Sé que no querrá nunca más verle la cara a esa cajera insoportable, que es sólo una de las tantas personas que trabajan en empresas públicas y privadas, que juran que hacer su trabajo es sinónimo de ayudarte, de hacerte un favor. Ojalá que los representantes de las distintas instituciones se tomen el tiempo de capacitar y vigilar a su personal porque no podemos seguir como vamos. Recuerde que en la ciudad fabulosa no cabemos todos.

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