Honestidad en la familia está vinculada a los valores de la integridad, fidelidad, sinceridad y responsabilidad
Los pequeños actos que hacemos se pueden constituir en ejemplos hacia nuestros hijos, los van moldeando y en el momento oportuno afloran, como un gran oasis en el desierto.
En el contexto del Mes de la Familia y de la caminata Un Paso por mi Familia, a realizarse en este mes, queremos hablar de la honestidad, valor que venimos trabajando dentro del Plan Nacional de Pastoral de la Iglesia Católica, en este año.
La honestidad que está vinculada a los valores de la integridad, fidelidad, sinceridad, responsabilidad y muchos más que deberemos vivir en el seno de la familia donde se fragua el futuro de la humanidad, como decía San Juan Pablo II. Es la familia la primera responsable de la educación de los hijos, competencia que se ha venido relegando a: la escuela, los medios de comunicación y en muchos hogares a las Nanas, ¡con quienes pasan la mayor cantidad de horas los niños!
Hace unos días falleció en mi familia una persona a la que llamábamos tía sin serlo, posición distinguida que se ganó por su dedicación a nosotros. Al fallecer, mi familia salió al frente con todo lo necesario, cumpliendo, también, con algo que habíamos ofrecido de que sus despojos humanos descansaran en nuestro nicho familiar. En el cementerio, al concluir el entierro, una de las nietas de nuestra amada tía, me dice que debe ir a la Junta Central Electoral a registrar su fallecimiento. A lo que yo le respondo que aparte del acta de defunción debe llevar la cédula. De inmediato me dice que, por sugerencia de otros, notificará que la cédula se extravió y llevará una copia, pues ella era beneficiaria de varios programas de subsidios que tiene Asistencia Social y que si entregaba la cédula serían cortados y su padre, que es enfermo y desempleado, quedaría en la inopia.
Lo sorprendente fue que antes de que yo reaccionara, su hermana menor “le reclamó con mucha autoridad que eso era deshonesto y que la memoria de su abuela no sería manchada con la mentira”. Sugirió que esos beneficios fueran traspasados a su padre, que evidentemente lo necesitaba también. Esta actuación me causó, en medio del dolor, una gran alegría y la satisfacción de ver cómo fue sembrado el valor de la honestidad en mi sobrina.
Son muchas las tentaciones que a diario se presentan para que siga reinando la corrupción, no solo en los grandes estamentos del Estado, sino en nuestras familias. Los pequeños actos que hacemos se pueden constituir en ejemplos hacia nuestros hijos, los van moldeando y en el momento oportuno afloran, como un gran oasis en el desierto.
Deseo que Dios nos dé el pan de cada día y no nos deje caer en la tentación. Que nos permita ser honestos, en nuestro caminar, siendo la familia, base fundamental de nuestra sociedad.