Historias de la vida
Un cupo para Jesús: “A mí no me quieren en ninguna escuela, todo el mundo entró menos yo”
Eso es lo que le dice su niño de 12 años, a su madre Ingrid Castro, porque en ningún centro de enseñanza lo admiten por vivir con la condición de déficit de atención. La situación está acabando con ella porque no le tiene respuesta a las preguntas de su hijo.
Basta con ver la cara de Ingrid Castro para darse cuenta de que está pasando por un momento muy difícil. Desde que comenzó a hablar de las peripecias que está atravesando para lograr que su hijo de 12 años tenga derecho a la educación, un mar de lágrimas se apoderaba de ella y su pena era compartida.
“Este mismo año yo he ido a más de 17 centros educativos para ver dónde mi niño puede recibir el pan de la enseñanza. En todos me lo rechazan, y ya no sé qué hacer”. El llanto la obliga a callar, pero sus ojos delatan su desesperación. No es para menos, sólo en colegios privados podrían recibirlo, pero el dinero que se paga para optar por uno de ellos, no está al alcance de Ingrid. A ella se le parte el corazón cuando su niño le dice: “A mí no me quieren en ninguna escuela, todo el mundo entró menos yo”. En realidad, esto no sólo afecta a Ingrid. Cualquiera que conozca lo que es la empatía o que esté pasando por una situación como esta, también se acongoja al saber sobre la necesidad de estudiar que tiene Jesús sin que se sepa aún cuánto tiempo le falta para entrar o si perderá otro año más.
A sus 12 años el menor cursa el quinto curso, cuando debería estar en séptimo, que ahora es el primero de la secundaria. “Él ha perdido dos años de clase porque es de aquí para allá y allá para acá que he tenido que tenerlo”. Se seca las lágrimas esta madre soltera que está al borde la locura por la discriminación a la que el sistema educativo del país está sometiendo a su niño.
“Ponme a trabajar”
“Nadie se imagina lo que yo siento cada vez que él se levanta y me pregunta lo mismo, y cuando ve a su hermana que se va y él se tiene que quedar en la casa. Es muy cruel, eso da una impotencia…”. Conmueve esta realidad y ella, que la vive en carne propia, no puede evitar mostrar su molestia a través del llanto.
“Si no me quieren en la escuela, entonces ponme a trabajar que no puedo estar trancado aquí sin hacer nada”. Esas son de las soluciones que Jesús le busca a su soledad y que destrozan a su madre. “Cuando me dice eso, le digo que los niños no trabajan, y me dice que él está dispuesto a hacerlo porque si no sirve para estudiar, debe trabajar”. No hay palabras para describir lo que se siente al escuchar esto. Es esta la razón que ha llevado a Ingrid a mover cielo y tierra para lograr un cupo para su hijo. “Creo que ya no hay escuelas que yo no haya visitado para inscribirlo, pero desde que digo su diagnóstico, de inmediato me lo rechazan”. Como él, hay muchos otros niños en el país a los que como dice Ingrid, se les está negando su derecho a la educación.
Aprendiendo solo
Aunque a esta madre le alegra ver cómo su hijo, para no dejar de aprender, busca en Internet información de temas que le interesan, no deja de sentirse triste cuando lo observa durar largas horas preguntando y escuchando respuestas a sus inquietudes. “Él aprende mejor escuchando y tú lo ves que eso es preguntando por las banderas y las capitales de los países. Bueno, ya sabe identificar todas las banderas de los diferentes países y se sabe casi todas las capitales”. Esto la satisface y la hace sentir orgullosa de su niño, pero sabe que no es lo que él necesita. Sigue a la espera de encontrar un cupo para Jesús.
Ingrid tuvo que escoger entre pagar la casa o el colegio de Jesús
El viacrucis de Ingrid Castro para que su hijo Jesús, de 12 años, consiga un cupo en una escuela pública desagarra el alma. Verla llorar sin consuelo da ganas de salir con ella a conseguir un cupo para su niño, y despierta tantas interrogantes sobre el sistema educativo del país en el que cada día se invierte más y se rinde menos.
Ella está conforme con el trato que él recibió en el centro privado donde lo inscribió por un año. “Pero no era fácil. Además de los gastos de matrícula y lo que se gasta en tareas y demás, yo debía salir en vehículo público a llevarlo e irme de la misma forma a mi trabajo”. Hace una pausa.
Al retomar el tema, continúa con su relato. “Después yo tenía que salir en mi hora de almuerzo para buscarlo, porque el colegio era hasta las 12:00, cuando en realidad, necesito uno al menos hasta las 4:00. El caso es que después que lo buscaba, me lo llevaba para el trabajo, pues no podía ir a la casa a llevarlo porque se me hacía tarde. Se quedaba conmigo hasta que yo terminaba de trabajar, pero se aburría y era una situación incómoda para los dos, aunque yo tenía el permiso para dejarlo ahí conmigo”. Ingrid lo va contando y los gestos que hace con las manos delatan su incomodidad.
A todo esto, si llovía, tenían que tomar un taxi. Esto sin duda, elevaba sus gastos y, fue entonces cuando se vio en la necesidad de escoger entre continuar pagando el alquiler de su casa o el colegio de Jesús. Eligió mudarse, aunque ni así pudo mantener al niño en el centro privado. “Sigo viviendo con mi familia, gracias a Dios, le agradezco lo mucho que me están ayudando, pero espero en Dios poder volver a alquilar una casita, aunque ahora mi prioridad es ayudar a mi hijo a que siga estudiando”. No pierde la fe.
Su hija es meritoria
Dentro de todos los sinsabores de Ingrid, hay un aliciente. Su hija, de 16 años, es una estudiante meritoria. Cursa el tercero del bachillerato. “Eso me hace muy feliz, ella estudia en un centro que sólo pago 700 pesos y es muy bueno. De hecho, el niño también estuvo ahí, pero me dijeron que lo sacara a ver si encontraba una mejor opción para su condición. Ahí fue, busqué el colegio. Pero ellos me dijeron que me guardarían el cupo por si no nos iba bien en el colegio, ¡y qué va! Cuando volví me dijeron que no”. Se le da un chance para que se desahogue
No ha valido que les ruegue, que les insista por un cupo. “No he logrado nada, sólo me dicen que ya no tienen, y esa misma respuesta me dan en todos los lados. En algunos hasta me dicen a la clara que es por su condición, pero aunque no me lo digan, me doy cuenta porque todo va bien hasta que les digo que él tiene déficit de atención, es algo que no puede ocultarse”. Esta madre es responsable y así lo demuestra.
El diagnóstico
Desde que Ingrid notó que, a los tres años, Jesús no hablaba como debía hacerlo a esa edad, y que se le hacía difícil concentrarse, lo llevó al psicólogo y fue así que se enteró de que su niño tenía la condición. “Le hicieron muchísimas pruebas y finalmente, me dijeron lo que tenía. Todavía le dan terapia del habla, pero cada día habla más claro, lo que no ha podido es lograr concentrarse”. Sobre esta parte, se le preguntó si también recibe terapia para ello, a lo que respondió que no. Se entiende. Si ella no tiene para pagarle un colegio, menos tendrá para asumir el costo de esas terapias que necesitan para mejorar su condición.
“A mí me duele ver a mi hijo así, y escucharlo lamentarse por no estudiar. Eso no debería ser así, porque la educación es un derecho universal, y el caso de Jesús me hace pensar que sólo los ricos pueden aprender y ser alguien en la vida. De verdad que esto no puede seguir de esta manera y menos en estos tiempos modernos. Es hora de que ya las escuelas tengan aulas preparadas para acoger a niños y niñas que vivan con algún tipo de condición, porque el pobre también tiene derecho a aprender”. Concluye confiada.