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Cosas de Dios

Como nos vemos

Un estudiante, de 18 años, llegó este verano al final de sus estudios en un colegio al que ingresó en Primero de Básica, llevaba catorce años allí. Un adulto le preguntó cuál era el aspecto más positivo de su escuela. El joven respondió: ninguno. La persona insistió que eso no era posible, que siempre hay algo bueno, pero el chico no cambió de opinión. Como este año el final de bachillerato fue inusual, sin fiestas ni grandes celebraciones, como graduación, el colegio preparó una misa, al finalizar la cual entregarían los diplomas. Luego, los alumnos, por su cuenta, formarían una caravana con vehículos decorados hasta llegar a un punto donde se tomarían una foto.

Las medallas Tras concluir la Eucaristía, llamaron a los 120 estudiantes. Junto al diploma, les entregaban medallas por compañerismo, méritos académicos, colaboración, experiencia de fe, esfuerzo, antigüedad o deporte. Parecía un criterio acertado, al ser tan amplio y sugestivo,- por ejemplo, ¿cómo puedes medir el esfuerzo en un grupo de alumnos cuando todos pasaron?-, que daba la idea de que fue concebido para que a todos les tocara algo, como manda la pedagogía moderna.

El grupo de los malos Entonces, llaman a un jovencito de quien solo mencionan su nombre. Luego, de entregar muchas medallas, se repite con otro hasta formar un pequeño grupo sin méritos, no más de cinco estudiantes, entre los que fue incluido el alumno que no encontró nada agradable en su colegio. Es decir, los maestros de estos 120 muchachos seleccionaron cinco y decidieron que en ellos no había ninguna cualidad que resaltar. Entre estos no premiados había uno con problemas de obesidad y tartamudez y otro con epilepsia.

De tal palo… Lo malo parecía haber pasado. Pero la caravana, organizada por los padres de los graduandos, partió dejando atrás al último grupo de estudiantes. El alumno de 18 años, al que hicimos referencia, esperaba a sus amigos, se perdió el desfile por solidaridad con ellos, mientras, en la caravana que se marchó, sin tomar en cuenta a los demás, estaban todos los estudiantes que recibieron medallas por compañerismo.

Dos errores La madre, que vio la decepción en los ojos de su hijo cuando no lo premiaron ni por antigüedad, entendió que él no echaría de menos a los hijos de esas personas que decidieron excluirlo, junto a sus compañeros, de la celebración. Pero, en cuanto al colegio, decidió hablar con el adolescente al llegar a su casa. Le dijo que los maestros se habían equivocado, que él tenía cualidades positivas a resaltar. Y quiso aclararle que también los profesores, pese a su error, tenían aspectos buenos. Lo malo había sido que ambos se vieron de la misma manera: sus maestros no fueron capaces de descubrir sus muchas cualidades y, como respuesta, él tampoco pudo ver las suyas.

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