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COSAS DE DIOS

El almacén de don Cecilio

Hace años, en Navidad, cometí una mala acción: robé dulces del almacén de don Cecilio, un viejito, con la cabeza blanca, a quien comprábamos productos como azúcar, arroz o habichuelas.

Sorpresa Se ha quedado grabado en mi memoria el ambiente festivo de ese día, su aire especial, y aquella visita al almacén de siempre que nos guardaba una sorpresa. Don Cecilio acostumbraba a poner todo al alcance de la mano, en cajones entre los cuales circulaban sus clientes. Él era quien servía las mercancías, con una especie de palita, pero la gente las podía tocar, por ejemplo, tomaban en las manos las habichuelas para comprobar que estaban frescas. El día en que cometí aquella terrible travesura, descubrí que don Cecilio también había colocado a disposición de sus clientes, sin mostrador de por medio, los dulces de Navidad.

Ladrona Aquello me pareció de una ingenuidad increíble. Mientras mi papá compraba y hablaba con don Cecilio, estuve husmeando entre los cajones y me metí en los bolsillos varios dulces. Estaba tan asustada que todavía recuerdo lo que sentí: el ruido del corazón explotando en mis oídos y la sensación de asfixia, casi no podía respirar, porque me puse a pensar, qué pasaría si mi papá se daba cuenta de que le había robado a don Cecilio.

Verguenza Nunca lo descubrió, pero la conciencia se encargó de reprocharme mi mal comportamiento desde el momento en que don Cecilio nos entregó, a mi hermana Isabel y a mí, unos dulces de regalo cuando nos marchábamos. La vergüenza y el miedo no se han ido con los años. No recuerdo ningún acto positivo de mi vida que me haya provocado un sentimiento a tan largo plazo. Debe ser porque lo bueno que uno hace se encarga Dios de recordarlo pero lo malo, eres tú quien no lo olvidas.

Remordimientos Pienso que debo haber hecho buenas acciones en esta época, que ahora no recuerdo, mientras que lo del almacén me marcó tanto que quedará hasta escrito como una especie de catarsis. Lo curioso es que aquel día está encerrado en mi memoria junto a la sensación de haber vivido una Navidad singular, como la que describen los cuentos.

Magia Guardo la imagen del almacén enorme y oscuro, que semejaba a un laberinto con sus cajones llenos de dulces, esparciendo su aroma por todo el lugar. Aquellos dos hombres, ya viejos, conversando mientras dos niñas descubrían maravilladas libras y libras de golosinas y la más traviesa se metía a hurtadillas en los bolsillos puñados de caramelos. Parece hasta fantasía, pero es el tipo de aventura que sólo le ocurren a los niños, aún a los que se portan mal, en una época mágica como ésta, que aún no termina, la Navidad.

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