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COSAS DE DIOS

El pastel de pollo

El arbolito está a medio decorar, le faltan los detalles finales. Mis hijos varones armaron la estructura. Luego, el mayor y la empleada que nos asiste, colocaron las luces. Mi hija y su hermano menor, se encargaron de los adornos y, según su criterio, decidieron que eran muchos, por eso hay cajas con cintas y bolas que permanecen al pie del árbol, como si no tuvieran dueño, porque no me decido a colocarlas. Tampoco he dado la orden, habitual en esta época, de que enciendan el árbol para, cuando llegue a casa, encontrarlo iluminado. Así da un toque de alegría.

Una Navidad triste Esta Navidad es triste. He desechado invitaciones. La decoración de mi tienda favorita me provocó un llanto amargo. También, las luces. Cuando voy por las calles, tengo la impresión de que este año hay más que nunca de todo lo que siempre trae diciembre: fiestas, música, regalos y bombillos. Pero a mí me falta alguien, por eso, no la veo igual.

Un antojo Mamo, que falleció en agosto, era el alma de nuestra Navidad, la de mi familia. El año pasado, mi hermana Libertad la grabó mientras sazonaba el cerdo, a los 83 años, sentada ya en silla de ruedas. Hablé con ella, como siempre, sobre los detalles pendientes de comprar aquí, en la capital, y que, aseguraba, en El Seibo no aparecían. Ella amaba la Navidad y a nosotros, sus cinco hijos, nos encantaba complacerla en el más mínimo capricho. De hecho, el recuerdo que me hiere del año pasado es que ella me habló de algo que yo acostumbraba a comprar, pero usó como excusa que otra persona lo quería. Como no me quedó claro si era ella o un tercero quien enviaba el mandado, y estaba en plan de ahorro por un viaje para principios de año, de modo que trataba de limitar los gastos, creo que, por primera vez, le negué un antojo navideño. Le dije que ese año no llevaría, junto a todo lo demás ya acordado, el pastel de pollo del que me habló.

Hacer feliz a quien amas No pensé que estaba ante su último capricho navideño y creía que este año, tendría la oportunidad de complacerla. Cuando se agravó, le pedí a Dios que me permitiera llevarla a ver la decoración de la tienda que tanto disfrutaba, aunque fuese en silla de ruedas. Pero su tiempo aquí había terminado. Ahora, hay un vacío en esta Navidad que nada logra llenar. Habrá una silla en nuestra cena que será la presencia más notoria por lo enorme que resulta la ausencia de quien la ocupó durante décadas. La razón de este escrito no es darme latigazos ni transmitir tristeza, trato de compartir con ustedes, mis lectores, mi experiencia. La idea es animarlos a que no dejen para el año que viene ninguna cosa que pueda hacer feliz a quienes aman en esta Navidad. ¿Y si, como pasó con mi mamá, en la próxima no están? Entonces, lamentarán, tal vez para siempre, no haber comprado cualquier tontería, como un bendito pastel de pollo para una última nochebuena.

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