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COSAS DE DIOS

La pared

Hace muchos años, estuve de visita en una casa absurda. Había una pared que la partía en dos, como si fuera un serrucho, desde el jardín hasta el patio. Atravesaba la sala, la cocina y todas las dependencias que, con aquella pared, además, burda, hecha sin ningún cuidado estético, se dividían y achicaban. Todo, en resumen, había sido cortado a la mitad por esa barrera llamada a separar dos vidas que antes habían estado juntas. Porque, de cada lado de los bloques de cemento gris, vivía una persona que había estado ligada a su ahora odioso vecino por el vínculo del matrimonio.

Una pareja

Los inquilinos de aquella casa, símbolo de discordia, era una antigua pareja de esposos que se divorciaron. La mujer vivía del lado izquierdo y el marido del derecho. Ella se quejaba porque él había tomado la mejor parte de la casa. Según me explicó, fue ella quien adquirió la vivienda pero dentro del matrimonio, de manera que, cuando llegó el momento de tomar rumbos separados, el marido exigió su parte y anunció que no se mudaría.

Camino a los extremos

No sé cuántas conversaciones, intentos de acercamiento y mediaciones de amigos y familiares hubo antes de que decidieran levantar aquella extraña pared.

Recuerdo que, aunque yo era muy jovencita, la solución me pareció tan obvia, y le pregunté a la señora por qué no vendían la casa, o ella le compraba a su ex esposo, o él le compraba a ella su parte. Si mi memoria no me falla, creo que me dijo que su antiguo marido no quería venderle a nadie, y ella no quería venderle a él. Con su terquedad, levantaron entre los dos, bloque a bloque, la pared.

No fue una solución

Pero, como usted imaginará, esa pared no puso fin al conflicto, al revés. Cuando los conocí, la vida de ambos, en especial la de ella, resultaban tristes y amargas. La señora me contó que su vecino hacía todo lo necesario para herirla, molestarla y agredirla. De su lado, asumo que esta mujer tampoco le estaba ahorrando a su antigua pareja las penas.

Odio y rencor

Ambos parecían odiar el haberse quedado cerca uno del otro, y se esforzaban por cobrarse el tener que vivir dando explicaciones sobre la vergonzosa pared, que sabían, era un monumento a la insensatez, la terquedad y la división, un recuerdo oprobioso del amor que los unió, pues fue lo último que construyeron juntos.

Nuestras paredes

¿A qué viene que cite el recuerdo de esa casa tan extraña? Vino a mi memoria al observar una discusión agria, por una tontería, entre mis hijos. Les hice la historia de aquella pared, y llegó la paz. Entendieron el mensaje. Muchas veces, la terquedad nos lleva a construir paredes que nos separan de los seres que amamos aunque estas no sean visibles, como aquella que vi.

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