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COSAS DE DIOS

La Élite que limpia

Hace unos ocho años, estaba en el Santísimo de la Parroquia Jesús Maestro, como a las seis de la mañana de un sábado, cuando tres personas, dos mujeres y un hombre, entraron provistos de productos y herramientas para la limpieza. Los observé mientras aseaban meticulosamente todo el salón.

Con reverencia, quitaban el polvo a objetos sagrados, como la custodia donde se guarda el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y yo pensé que debía ser gente de mucha confianza en la parroquia para que dejaran en sus manos aquella responsabilidad. Me pregunté cómo los habrían escogido, bajo cuál criterio. Recuerdo que ni los hermanos que predican, ni los que leen la palabra, recogen la colecta o participan en la acogida de las misas, me provocaron el sentimiento que despertaron en mí estos servidores. Sentí envidia de su suerte, que pudieran limpiar el salón donde Jesús está presente, me pareció un privilegio.

Ya en estos días, en la Parroquia El Buen Pastor, donde también tenemos Adoración Perpetua a Jesús Sacramentado, he aprendido sobre cómo se elige a los servidores de las distintas áreas, incluidos los responsables de limpiar el altar y el Santísimo. Un requisito imprescindible es que se trate de gente de oración.

Sacristanas y adoradoras participan de esta responsabilidad y da gusto escucharlas hablar. Llegan con achaques, dolores de espalda, y se alivian sin darse cuenta. La cercanía con el altar, por ejemplo, que todos vemos desde nuestros bancos en la iglesia, ha provocado en algunas una verdadera conmoción. Esos clavos que atraviesan los pies de Jesús, reproducidos de una manera tan vívida en las cruces que presiden nuestras parroquias, vistos de cerca, ayudan a entender y agradecer el calvario.

Y ellas han reparado en detalles casi imperceptibles, como que en los ojos de ese Cristo crucificado, sin llegar a rodar por las mejillas, se gesta una lágrima. Un hermano de la parroquia, al referirse al equipo de limpieza lo llamó “La Élite”, por el honor que supone esa responsabilidad. Como sospeché, la primera vez que vi servidores en esta tarea, una de las afortunadas reconoció, con una gran sonrisa, que “limpiar para Dios es un privilegio”.

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