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COSAS DE DIOS

No, no es una democracia

Invito a mis hijos a cenar fuera pero el mayor prefiere comida rápida, la del centro, un lugar más elegante y el menor, secunda a esta última. No logramos ponernos de acuerdo. Termino cenando con el mayor, que baja la guardia, en el sitio que seleccioné. Los más pequeños, quedan fuera del momento familiar que yo había planificado. Luego, me hablan de mi fallo porque lo correcto, según su punto de vista, es que votáramos para seleccionar el restaurante, como una democracia.

Tal vez, tengan razón, me dije. No obstante, cambié de opinión al analizar en qué consiste un sistema democrático y cómo funciona. Se trata de una sociedad compuesta por individuos con derechos y deberes similares. No es el caso de una familia. Los deberes de los padres superan por mucho los de los hijos. de hecho, nosotros pagamos la cena.

Creo que antes esto estaba claro. Yo lo sabía, en mi casa, y mis amiguitas de infancia en las suyas. Pero el asunto ha ido cambiando. Las normas de la familia, y de la sociedad, en sentido general, andan trastocadas. Las hemos invertido. Decía un sacerdote, durante una homilía, que los hombres estamos sustituyendo la reglas naturales, dejadas por Dios, y creamos nuestras propias reglas.

¿Y qué dice Dios con relación a los padres? “Honrarás a tu padre y a tu madre”, así lo establecen los Mandamientos. ¿Qué significa honrar? El diccionario lo define como mostrar respeto y consideración hacia una persona. Una segunda definición habla de realizar una prueba pública de respeto, admiración y estima hacia alguien.

Piense si respeto, admiración, consideración y estima son las palabras que definen el trato que muchos hijos dispensan a sus padres en esta época.

El hincapié se hace ahora en el respeto que nosotros, los padres, les debemos a sus gustos y elecciones, aunque estas no sean correctas desde nuestro punto de vista. De manera que así como la sociedad cambia las reglas de Dios, sobre qué es correcto y qué no lo es, en la familia, las reglas han ido cambiando, sobre quién toma las decisiones, lo que ocurre con nuestra propia anuencia.

Incentivar la libertad de tus hijos, el derecho a opinar, escoger y complacer sus gustos, parece lo justo, lo correcto. Y, un millón de veces, nosotros nos sacrificamos en aras de esto. El asunto radica en que esa manera de actuar se convierte en un hábito que altera el orden natural de la familia, donde los padres somos la cabeza y tomamos las decisiones, así como pagamos las cuentas. Y un día descubres que, si quieres salir a cenar con tus hijos, debes ir no al restaurante que quieres, sino al que escoge la mayoría, como si de la asamblea de un partido se tratara. Y la verdad es que, por el bien de todos, no, la familia no es una democracia.

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