REFUGIO

Un país muy pobre

De que este país es pobre, lo sabemos desde que nacemos. Así como hay muchos “cuartos” hay una gran cantidad de pobres. Claro, una mala distribución de los recursos y las escasas políticas públicas que garanticen una vida digna de las personas. Pero eso es otro tema, una clase sobre economía social, o qué se yo. Sea la razón que sea, hay algo ineludible, y es que “somos muy pobres” de conciencia. En un lugar donde las muestras afectivas de cariño hay que hacerlas a escondidas, como si se estuviera haciendo algo malo, y que cuando matan a una persona en plena calle todo el mundo sigue su camino y nada le sorprende, o que se ve la violencia de género como algo privado y no público es digno de ser estudiado. Un poco contradictorio, ¿no? Desde pequeños y pequeñas nos enseñan que besarse en la calle, sacar un seno para lactar a tu hijo o hija, abrazarse, acariciarse son acciones dignas de cuestionamientos, que debes avergonzarte y más si hay pequeños alrededor. Vivimos en un país donde se debate y se publicita lo que no se tiene que cuestionar y lo que sí, se pasa con pañitos tibios; donde las verdades se dicen a medias para no ofender susceptibilidades. Donde algunas entidades gubernamentales, creadas para resolver los problemas de los y las ciudadanas, nos sacan la lengua y se burlan en nuestras caras, y que dejamos pasar y no decimos “ni esta boca es mía” porque eso no es tan importante, como besarse en el malecón a plena luz del día. Esa “jodida” manía de “llevarle la vida” a los demás y no cuestionar lo que sí hay que cuestionar es lo que está llevándonos a la ruina social. Pero es mejor sentarse a criticar a la vecina o al vecino que ver por qué los trabajos de la construcción de una escuela no han comenzado e ir al Ministerio de Educación a exigir que se haga el trabajo, o exigir que ni siquiera se tome el tiempo para analizar la propuesta del nuevo código laboral que pretende quitarnos todos nuestros derechos que costaron tanta sangre, pero eso no es divertido. Es cómodo, sentados en nuestra zona de confort, que aunque no nos da beneficio, es menos trabajo, porque cuestionar el sistema que, en realidad, hace que este Estado siga más que fallido, es más complicado y menos divertido que entretenemos viviendo la vida de los demás.

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