¿QUIÉN ESTÁ EDUCANDO AL PUEBLO?
“Lo reconocieron al partir el pan”
Durante toda esta semana de Pascua, las lecturas han recordado todo lo que Jesús les decía a sus discípulos, sobre lo que le iba a suceder, pero la verdad es que no hay peor ciego que el que no quiere ver ni sordo que no quiere oír. A pesar de haber estado con Jesús durante tres años de su predicación, no había forma de que comprendieran nada. Y eso nos ayuda a entender también nosotros, que solamente con el poder del Espíritu Santo seremos capaces de comprender las escrituras y el mensaje de Jesús de Nazaret. Solamente con la gracia del Espíritu Santo que envió Jesús a sus discípulos, y a nosotros hoy, con el poder de los sacramentos, lograremos entender la eficacia de los evangelios. Seguimos siendo “hombres de poca fe”, como Tomás, y como los discípulos de Emaús, que solamente lo reconocieron “al partir el pan”: Tenemos que ver para creer. No somos dóciles al Espíritu. Nos falta mucha oración para estar alertas a la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas. En la celebración del domingo pasado, en la canonización de los santos papas Juan XXIII y Juan Pablo II, oíamos a Su Santidad el papa Francisco, cuando alababa la “docilidad al Espíritu” de Juan XXIII, y del amor por la familia de Juan Pablo II. El día anterior había visto por el canal católico de la familia, Televida, las vidas de los dos papas. Me pasé el día llorando, contemplando todos los sufrimientos que ambos, con pocos años de diferencia, vivieron en tiempo de las dictaduras del nazismo y el comunismo, para seguir a Jesús de Nazaret. En Juan XXIII, las locuras de los nazis para con los judíos mientras estuvo en Estambul, logrando salvar cientos de niños judíos de morir en las cámaras de gas en los campos de concentración. Juan Pablo II, huérfano desde pequeño de madre, se quedó sólo con su padre por unos años, viviendo el paso de la dictadura del nazismo a la del comunismo, en su amada Polonia. Cuando los alemanes abandonaron Polonia, en el final de la Segunda Guerra Mundial, y entraron los rusos, nunca se imaginaron que el paso de una dictadura a la otra sería de tal magnitud. Y siempre mantuvo la paz en su corazón y nunca demostró odio ni rencor para con los que aplastaron ese pueblo que tanto amaba. Nunca olvidaré en su primer viaje a nuestro país haberle visto en la Nunciatura, y haber podido conversar con él aunque fuera solamente unos minutos. Nunca olvidaré sus manos, con las callosidades propias de un obrero, que tuvo muchos años trabajando tanto en la mina, como en la cantera. Su humildad siempre la llevaré en mi corazón. De Juan XXIII, no lo conocí personalmente y murió meses antes de nuestras bodas, pero soy una fiel admiradora de su gran obra “El Concilio Vaticano II”. Nos dejó “un espíritu nuevo, un humanismo nuevo, una nueva esperanza y una nueva visión, histórica y trascendente a la vez, del mundo en que vivimos”. (Arzobispo de Madrid, Casimiro Morcillo, 1965).