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EVIDENCIAS

Adiós a un caballero...

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Arlene Reyes SánchezSanto Domingo

Tal vez no tuve una conversación con Claudio Nasco de horas muertas, pero algún saludo accidentado, siempre fue grato. Su belleza física era incuestionable, pero más que su apariencia, sus mejores vestidos eran la ética, el protocolo y la elegancia. No estar en dominicana para vivir en carne propia la tragedia de amigos, de colegas, que hoy sufren por la tristeza que trae su partida es sinónimo de impotencia. Visualizar el dolor que sienten los Miró, destacando en ellos a una amiga que la vida me permite conocer y valorar: Natalia Miró. Cada texto, frase que ella escribe en las redes, indudablemente calan hondo. Sus palabras dejan al descubierto el quebranto del corazón, cuando se logra amar a alguien mucho; un alguien que ni siquiera llevaba su sangre; pero que justo por esa razón, es más que eso, es quizás piel, alma y vínculo. Y ahí, en esta distancia que duele, uno sufre con el amigo, con el hermano, con la madre. “La vida es maravillosa cuando sabes que ‘alguien’ cada díaÖ espera tu regreso”, tweet escrito por Nasco, el 1 de octubre. Y eso es real. Sin lugar a dudas que todos nos quedamos esperando su aparición en la televisión. Sin temor a equivocarme, su familia nunca dejará de extrañarle, pues cuando se construyen puentes de amor en la tierra, el cielo hace fiesta. Y su gran labor está ahí: entre recuerdos y pantallas, entre luces y DVD, entre sonrisas y lágrimas, entre huellas y abismos. No fue una ventisca que pasa y nada más, no fue imagen de la arrogancia. Se fue, pero antes, apretó miles de manos, abrazó mil pechos; reflejó manantiales de sonrisas, pero sobre todo fue, fue él mismo, sin poses. Y quiero que nos quedemos con eso, porque no sé si la justicia hará justicia (valga la redundancia). Sin embargo, creo en la más fiel, leal y eterna, la que no señala ni critica, sin edificar: la justicia divina. Esa que no tiene comentarios despectivos ni epítetos, esa que es buena, agradable y perfecta. Por ello, quiero borrar tanta mediocridad leída, tanta falta de tacto, de respeto. Quiero parar. Dejar de respirar un poder que asusta. Me huele a tanta hipocresía y falta de verdad. Me tiembla el cuerpo con solo pensar en Quisqueya, y su indolencia de casi siempre, por no ser testaruda, y decir en todo tiempo. Porque no quiero perder la fe en el cambio, ese cambio que tanto nos hace falta, como ciudadanos, como nación, como humanos; como hijos; como madres y padres... Mientras, en Taiwán, donde la justicia es firme. Con un sorbo de esperanza, anhelo una Quisqueya restaurada, sin un pincel de utopías; donde no haya asesinatos impunes, donde el hambre no invite a robar vidas, donde el poder no sea más fuerte que la justicia, donde la verdad no sea silenciosa y donde la moral no sea manchada por la blasfemia. Ven, te invito; yo pago. Quiero ver el espectáculo desde otra óptica, la óptica común, la que no usa máscaras, ni correctores...

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