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COSAS DE DUENDES

Envidia y pesimismo

Una lectora me escribió al blog de esta columna en listindiario.com calificándome de envidiosa porque en mi escrito del pasado miércoles comenté sobre la champaña que derrochaba un senador, la mesa llena de contertulios que pagaba un funcionario y las numerosas joyas que llevaba encima la esposa de otro servidor público, uno de los funcionaros más influyentes de este gobierno. En especial esta lectora hizo hincapié en las joyas de la señora, que, a su entender, serían las que me provocaron envidia. Y sugiere, además, que trate de tocar temas más positivos. Respeto a los lectores y no quiero herir a esta señora. Pero su comentario me lacera de manera particular y, como periodista, se me hace difícil no responderle porque creo que ella refleja por qué los funcionarios, empresarios, legisladores y políticos de este país, pueden faltar a la ética, a la moral y a la ley con la tranquilidad que les da el saber que este es un pueblo que no les pedirá cuentas. Me referí al derroche de estas personas, que manejan fondos públicos, no porque en lo personal me importe su bonanza, lo que me preocupa es el origen del dinero que paga estos lujos. Creo que esas joyas, que esa señora tiene el derecho de lucir, esa champaña que brindaba el senador y los tragos que financió el funcionario, pudieron ser pagados con dinero tomado de mi bolsillo y del de la señora que me escribió. Y resulta que yo no pago impuestos para eso. Gano cada centavo que me pagan, y cuando el Estado me arranca una tajada, quisiera que alguien me garantizara que se va a usar en los servicios que demandamos los ciudadanos como una correcta recogida de basura, energía eléctrica constante, escuelas que brinden educación de calidad y hospitales en los que no se pierda una vida porque falta una transfusión de sangre a tiempo o una ambulancia. Para eso es el dinero de mis impuestos y, sí, me molesta, me indigna el que sirva para financiar gustos lujosos de particulares. En cuanto al pesimismo, quisiera hablar de cosas positivas pero precisamente ayer me llegó el correo de una amiga que vive en Estados Unidos y, me contaba, que quiso apoyar el desfile por la Independencia Nacional convocado por un grupo de estudiantes dominicanos que el año pasado denunciaron habían sido discriminados por la policía estadounidense. Ella asistió, bandera en mano, pero la consigna que voceaban los jóvenes era “viva la marihuana y vivan los cueros”. De nada le sirvió reprenderlos porque no le hicieron caso. También ayer, me enteré que un senador escenificó un escándalo con amenazas contra un ciudadano que le reprochó porque se puso delante en una fila de un banco en Vista Mall. El senador, esgrimiendo su cargo, escupió palabras obscenas de todos los tamaños contra el ciudadano al que, después tuvo que pedirle disculpas. En fin, que casi reconozco lo del pesimismo aunque lo de la envidia es diferente. Uno de mis principios es no envidiar a nadie, porque sé que cada quien, no importa la belleza física o los bienes materiales que exhiba, carga su cruz a cuesta. Hasta da escalofríos descubrir el dolor que se puede esconder detrás de una apariencia de rey o de reina. Ahora, sobre el pesimismo, puedo reconocer que me gana algunas batallas, sobre todo, cuando veo lo mucho que nos falta por aprender con relación a nuestros derechos y deberes como ciudadanos.

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