Sin paños tibios
Sólo somos historias
“Somos polvo de estrellas” –dijo Sagan antes de morir y comenzar el ciclo de nuevo–; somos el resultado de un fortuito accidente, del más puro azar; una sumatoria imposible de casualidades cósmicas que comenzaron en el mismo inicio del cosmos, allá, en un lejano punto cero; el momento en que la compresión de la materia hizo posible el Gran Estallido.
Ese impulso primigenio dio comienzo a esa expansión hacia lo desconocido que aún no se detiene y que, dentro de algunos miles de millones de años y debido al alejamiento crítico del centro gravitatorio, dará lugar a que todo colapse bajo su propio “peso”, dando lugar a la Gran Implosión… aunque por razones temporales obvias, no es algo de lo que debamos preocuparnos.
Somos materia, pura arquitectura de elementos en nuestros cuerpos; átomos residuales que una vez formaron parte de brillantes estrellas que luego se desintegraron en una hermosa explosión que duró millones de años, y que luego el viento solar las trajo hasta este cuadrante de esta pequeña galaxia; las aglutinó, e hizo a su vez que formaran moléculas y estas a su vez, células; y si indagamos lo suficiente hacia debajo de la escala atómica, el Gran Acelerador de Hadrones nos resultaría insuficiente; pero, si lo hacemos hacia arriba de este y nos ponemos a pensar en la singularidad de la vida, nos tomaría toda la vida encontrarle un sentido a esta… y quizás, ese es el propósito: encontrar el propósito.
Somos también más que átomos pertenecientes a lejanas galaxias. Somos la suma de muchas historias, porque nuestra identidad –el ethos que nos define y nos distingue– es una personalidad que actúa en función de caracteres genéticos predefinidos –si–, pero que el entorno y el contexto modifica y condiciona. E independientemente de la validez de las “constelaciones familiares”, lo cierto es que actuamos como si hubiéramos sido programados por nuestros padres, y estos a su vez por los suyos, y así sucesivamente; y aunque la personalidad es un impulso vital que se construye, sabemos –sentimos– que llevamos dentro otras historias aparte de las nuestras.
Entonces uno respira y piensa en Siddhartha y llega a la conclusión de que quizás, eso que él llamaba Samsara era en realidad la manera de los brahmanes de explicar porqué asumen como propias actitudes y manejos que no se corresponden a nosotros, sino al entorno, o a lo que nuestros padres opinaban sobre algo o alguien; sus complejos y resentimientos; temores y anhelos; frustraciones y esperanzas.
Es hermoso enfrentar todas esas inquietudes y ansiedades existenciales con dudas, y acaso con temor; pero también con entereza y valentía; con el convencimiento de que toda la vida se nos va a ir en la búsqueda de esas respuestas, y de que aún así, el tiempo no nos será suficiente; pero que eso tampoco importa, porque nuestro camino es largo y comenzó hace millones de años, en alguna estrella muy lejana.