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SIN PAÑOS TIBIOS

El poder no es teatral, es solemne

El poder es simbólico, gusta de las formas y se proyecta en la solemnidad sacramental.

Sin importar región o período histórico, cada pueblo construye sus rituales de poder: la liturgia romana asumida por la Iglesia Católica, las coronaciones europeas, los bastones de mando en algunas democracias, la banda presidencial, “la silla”, etc.

El poder se expresa en símbolos porque a través de ellos proyecta su esencia mayestática; que por algo el coronel Fernández Domínguez y sus compañeros cayeron en 1965; y por algo el manual de golpes de Estado indica que, una vez iniciado, el primer objetivo es la toma del Palacio Nacional, sede legítima, visual y material del poder; y por algo las hordas que querían asaltar la democracia estadounidense fijaron al Capitolio como su objetivo, en el vergonzoso episodio de enero de 2021.

El salón augusto de la Asamblea Nacional es el Sancta Sanctorum de nuestra democracia. Y no importa que la Constitución lo establezca o no, el lugar más sagrado es donde se debe realizar el evento más sagrado. Esto es, la prestación del juramento presidencial.

Los grandes estrategas palaciegos deberían recordar que no todo es show, “views”, “likes” y aplausos, y que en una sociedad líquida –al decir de Bauman– todos pueden caer rendidos a los pies de la “Civilización del Espectáculo” –como diría Vargas Llosa–, pero el poder debe permanecer incólume, impertérrito y atemporal. Porque si esas no fueran sus características, el Papa daría la misa en San Pedro en traje de baño; y el presidente, en vez de “terciarse la ñoña”, pudiera usar una toalla playera, mucho más práctica en estos tiempos de calor… por ejemplo.

Puede que hoy día algunos crean que la política sea un show, pero el poder no lo es. En rigor, con los 222 congresistas que constituyen la Asamblea Nacional se puede prestar el juramento e instalarse el gobierno, lo demás es bulto y espectáculo.

El anuncio de que la juramentación presidencial se hará en el Teatro Nacional y no en el Palacio del Congreso, refleja una concepción circense y teatral del poder y, al margen del despilfarro de lo que nos costará ese montaje –con vientos de reforma fiscal soplando–, vale preguntar: ¿habrá “alfombra roja” en la entrada?, ¿la prensa reseñará el discurso del presidente o la vestimenta de los acompañantes?, ¿habrá una presentación musical para amenizar el espectáculo?, ¿habrá picadera? (¿los pastelitos tendrán pasas?), ¿se podrá usar jeans y tennis blancos?, ¿dónde será la juramentación del 2028, en el Olímpico? En definitiva, ¿acaso no hay una voz que alerte sobre los peligros de relajar el poder y lo que a ello le sigue?

El agua cuando se derrama no puede recogerse, y el cáliz del poder se sirve cada cuatro años precisamente para administrar su efecto ordenador, autoridad, y solemnidad… aunque algunos ahora sólo vean cuatro paredes y un emblemático mural, donde antes veían la tierra prometida.

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