SIN PAÑOS TIBIOS
El breve discurrir de la corriente
El acta de defunción indica que Borges murió en Ginebra, un día como hoy de 1986. Me gusta pensar en él de vez en cuando y aún recuerdo el estremecimiento que sentí cuando leí “El Hacedor” por primera vez, y tuve un despertar súbito que me ha hecho recorrer sus huellas desde entonces; buscando el conocimiento más allá del puntilloso rigor académico, sin prescindir ni un segundo a la verdad, pero sin renunciar a la imaginación y la magia… acaso porque ambas son la otra cara de eso que algunos llaman realidad.
Dejo atrás la tumba #735 de Plainpalais e imagino el lento discurrir del Ródano hasta el Mediterráneo. Todo ha cambiado tanto desde entonces, aunque no se precisamente desde cuándo… si desde que los romanos se fueron o desde que Otzi se quedó a medio camino de la ruta en el puerto de montaña en que encontraría la muerte.
Estando de espaldas a la lápida de Georgi vuelve a mí el temor reverencial que todos hemos sentido cuando pensamos en la muerte y evocamos su presencia, porque si en los primeros años de nuestras vidas apenas vemos su fugaz destello de cuando en cuando (la muerte de un abuelo o algún personaje ilustre); luego, cuando la vida pisa el acelerador a fondo nos olvidamos de ella y la dejamos atrás; hasta que cruzamos los 40, cuando se hace presente de manera reiterada, insistente, pero sin embargo distante, ajena, pues nos roza, pero no nos toca directamente; aunque después, rozando los 50, cuando nos damos cuenta de que nos queda por vivir menos de lo vivido, entonces viene la crisis, la de los 50.
Si la de los 40 era existencial, esta es terriblemente real, y toca anotar en el calendario chequeos anuales rutinarios: que si cardiólogo, gastroenterólogo, vascular, oftalmólogo, urólogo (de manos pequeñas y dedos delicados, preferiblemente), etc. Porque el cuerpo ya no es el mismo y empieza a reaccionar diferente, y más fácil se sobrevivía a una amanecida y bateo corrido a los 25, que a cuatro horas de sueño pasados los 48.
Es hermoso cambiar y poder apreciar todo lo que siempre hemos visto de una manera diferente en cada etapa; porque la certidumbre de la finitud del tiempo nos hace compartir las cosas que realmente queremos compartir, y nos da la fuerza y convicción necesaria para decir o hacer lo que queremos… y para no hacerlo también. Luego está en cada quien decidir cómo vivir lo poco que le queda, porque aunque se vea mucho, en realidad es nada; porque el tiempo pasa volando, y mientras menos queda, más rápido se agota.
Sigo mirando hacia el río que no veo y que presiento. Se que a 38 años de su muerte la tumba del maestro sigue a mis espaldas, en el mismo lugar, donde siempre quiso estar. Me siento vivo, pleno, feliz… y en eso desperté.