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La inclusión como prerrequisito de la paz

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Juan Ariel JiménezSanto Domingo, RD

El 24 de diciembre de 2017 el arzobispo católico de Jerusalén Pierbattista Pizzaballa pronunció en la Iglesia de la Natividad en Belén una homilía bastante controversial, cuyo mensaje podría ser resumido en la siguiente frase: “no habrá paz en Jerusalén mientras hayan personas excluidas”. El objetivo de este artículo es reflexionar sobre lo expuesto en dicha celebración navideña y sacar algunas reflexiones para nuestro país.

Ante la presencia de importantes figuras políticas tanto de Israel como de Palestina, incluyendo al presidente palestino Mahmoud Abbas, el patriarca latino en Jerusalén se salió del protocolo acordado y dijo que expresaría algunas ideas que estaban “fuera de lo entregado”, cuestionando el afán de los seres humanos por acumular poder mediante la exclusión de los demás.

Estando en una región caracterizada por el conflicto, históricamente marcada por la lucha de grupos, el sacerdote aprovechó la misa del gallo para recordar que Jesús nunca tuvo un lugar propio donde dormir y que había venido al mundo como un humilde niño en el seno de una familia de bajos ingresos, por lo que no entendía el afán de los cristianos por la acumulación propia a costa de los demás. De hecho, mirando a los presentes les dijo “los habitantes de esta tierra no deberían buscar poseerla, sino servirla”.

Como todo buen texto, sus ideas trascienden el tiempo y espacio, por lo que podemos extraer varias lecciones para nosotros los dominicanos.

A nivel país, tenemos el reto de construir una sociedad cada vez más inclusiva. Pero antes de pensar qué deberían hacer los demás o qué debería hacer el gobierno, hacernos la pregunta de qué podemos hacer nosotros para construir esa sociedad, cada quien desde su espacio de influencia. Quizás un profesor pueda mejorar su clase dedicando más tiempo a sus alumnos o aprendiendo nuevas técnicas pedagógicas, o un médico que decida incrementar el número de horas de atención en un hospital público.

En mi caso personal, como economista y político, pienso que mi mayor reto es realizar propuestas de políticas públicas que mejoren el bienestar de las familias en vulnerabilidad socio económica. Participar en el diálogo político siguiendo el ejemplo del pastor y político holandés Abraham Kuyper, quien veía a sus opositores como seres con plena imagen y semejanza de Dios, por lo que el respeto a esa dignidad estaba por encima de cualquier diferencia política.

Y es que en el proceso de construir una mejor sociedad, es normal y saludable que hayan discusiones de ideas, sobre todo en un año preelectoral como el 2023 que pronto inicia. Algunos temas nos dividen, buen ejemplo es lo relacionado al manejo migratorio y a las tres causales. En otros temas hay amplio consenso, tanto en la importancia de la estabilidad macroeconómica mediante políticas públicas responsables, como en la urgente mejora de la calidad de los servicios públicos.

En ese sentido, es importante recordar lo expresado por Pierbattista Pizzaballa al decir que no hay paz mientras hayan personas excluidas. Podemos debatir respetando el derecho de los demás a pensar distinto, sin presumir que por pensar distinto son malas personas o no quieren lo mejor para su país. Esto implica no intentar destruir moral ni mediáticamente a los demás para excluirlos del diálogo público, como tantas veces ocurre en las redes sociales. Al respecto, los cristianos (católicos y protestantes) estamos llamados a dar el ejemplo, imitando a Jesús y evitando caer en la tentación de los fariseos.

Igual pasa en los partidos políticos, en los que la presunción de tener en su grupo el monopolio de la integridad o el monopolio del saber gobernar busca implícitamente descartar a los demás de la arena pública, cuando el deber que tenemos los habitantes de la arena pública es a “servir la tierra, no a poseerla”.

A nivel más personal, servir la tierra implica también practicar el altruismo en nuestra vida diaria. Siempre podemos ser más generosos con las personas de bajos ingresos, ya sea donando a una ONG o directamente a familias en condiciones vulnerables. Ninguna contribución es poca, pues justamente en los Evangelios encontramos el ejemplo de la viuda pobre, que ofrendó dos pequeñas monedas de poco valor, pero al dar todo lo que tenía Jesús la señaló como el mejor ejemplo de generosidad.

En otros casos, más que los recursos, la diferencia la marca el trato. Interactuar con los demás desde el respeto a su dignidad humana, sin importar su nivel económico o clase social, también es una forma de construir una sociedad más justa.

Estos días navideños son una ocasión propicia para reflexionar sobre el ejemplo de Jesús, quien vino al mundo a servir, no a poseer. Quien promovió la paz desde la inclusión, no desde la exclusión, pues como dice Filipenses 2 “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.