Enfoque
La solidaridad como inversión
Al iniciar la Navidad es normal escuchar palabras relacionadas a cualidades y valores que tradicionalmente se asocian con ser una “buena persona”, pues estos tiempos de Pascua evocan el nacimiento del ser humano perfecto que fue Jesús. Entre todas las virtudes, hay una que a mi entender ha pasado de ser una cualidad personal a ser una importante inversión social: la solidaridad.
El esquema capitalista e individualista que ha primado en gran parte del mundo occidental en décadas recientes privilegia el esfuerzo personal, la superación a través del estudio, el trabajo y el emprendimiento. Este “individuo esforzado” requiere de una sociedad que ofrezca oportunidades para él desarrollarse, mejor aun si dichas oportunidades son iguales para todos, pues la meritocracia se ha convertido en el paradigma social por excelencia.
Pero en un mundo globalizado y altamente comunicado, preservar el tejido social requiere cada vez mayores niveles de solidaridad, como ha quedado demostrado en eventos recientes en distintas partes del mundo.
El primer ejemplo es el manejo de las vacunas en medio de la pandemia del COVID-19, pues las naciones desarrolladas acapararon gran parte de las mismas en las etapas iniciales y dejaron escaso abastecimiento para países de bajos ingresos. Como resultado, en un continente africano con muy bajo porcentaje de la población inmunizada se desarrolló la variante Ómicron, la cual en pocos meses se esparció por todo el mundo, afectando la economía de esos países ricos que anteriormente habían monopolizado las vacunas.
En ese sentido, la Directora Gerente? del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Gueorguieva, argumentaba en un escrito del 12 de diciembre de 2021 que el surgimiento de la variante Ómicron era un recordatorio adicional de que la capacidad de los países africanos de luchar contra la pandemia tenía implicaciones globales, que la vacunación en el continente africano no era asunto de caridad, sino un bien público global. Incluso, dicha funcionaria del organismo internacional expresó que “como todos sabemos, nadie está a salvo hasta que todos estén a salvo”. En nuestra región, hasta hace poco Chile y Colombia eran los países que se consideraban el modelo a seguir en muchos temas, tanto económicos como institucionales, pero las huelgas de 2019 mostraron heridas que muy pocos superieron percibir a tiempo. Cientos de miles de personas se lanzaron a las calles a protestar por causas sociales, muchas de ellas relacionadas a los altos niveles de desigualdad.
En ese proceso, la economía de ambos países perdió varios miles de millones de dólares, negocios que anteriormente eran muy rentables vieron esfumar el valor de sus activos en cuestión de días, mientras que otros sectores élite tienen serias dificultades de continuar operando en el futuro sin la necesaria licencia social.
Ante este fenómeno, algunos expertos reflexionaban que más que la desigualdad económica, lo que generó mayor tensión social fue lo que la filósofa estadounidense Elizabeth Anderson había denominado “desigualdad relacional”, esa capacidad de las sociedades de crear espacios donde las personas se reconozcan como iguales, independientemente de dónde vengan o hacia dónde van.
En pocas palabras, de los ejemplos anteriores aprendemos que no existe un “yo” sin ponerlo en el contexto de un “nosotros”. Que aun el más esforzado de los individuos requiere un tejido social en el que se pueda desarrollar, y que ese tejido social hoy en día necesita unos lienzos que solo se entretejen con hilos de solidaridad.
Sobre este tema, uno de los discursos más emotivos lo expresó el entonces candidato a la presidencia de los Estados Unidos Barack Obama cuando dijo que “la creencia fundamental que mantiene este país funcionando es que yo soy el cuidador de mi hermano, yo soy el cuidador de mi hermana… es esto lo que nos permite perseguir nuestros sueños individuales y aún venir juntos como una familia americana”.
Construir una mejor sociedad para todos es hoy en día una de las inversiones más rentables, tanto a nivel individual como a nivel colectivo, y como toda buena inversión, siempre requiere una cuota de sacrificio, postergar bienestar presente apostando al bienestar futuro.
Los tiempos navideños son una buena oportunidad para reflexionar cómo en nuestro día a día, en nuestro “metro de influencia”, podemos ser más solidarios con los demás, no solo solidaridad económica, sino solidaridad relacional, recordando siempre que el plural del pronómbre “yo”, no es “ellos”, sino “nosotros”.