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Reminiscencias

Héroes anónimos, muy desconocidos

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Marino Vinicio Castillo R.Santo Domingo

Fue el personaje de este relato un joven oficial de Marina, apresado mientras paseaba con su novia en el Malecón. Vestía en el uniforme distinguido algunas condecoraciones. Se lo llevó el SIM de los brazos de su amada, hasta La Cuarenta, y allí lo confrontó con un amigo, sometido a torturas bestiales.

El de más rango de los torturadores, dijo al joven oficial: “Oiga lo que ha declarado este traidor -era un ex oficial de la Fuerza Aérea- que él preparaba un encuentro en altamar con una lancha que vendría a traer armas y que usted fue quien organizó las coordenadas; nosotros las encontramos al apresarlo. Dice él que usted fue quien preparó esto. ¿Qué usted cree?”

Para asombro de todos, aquel oficial vestido de gala les dijo: “Sí, fui yo.” Lo sorprendente del relato es que el torturado le gritaba a su amigo que apretara el lazo que le habían puesto en el cuello, cuando el de mayor rango de los torturadores dijo: “Pues mátelo usted, también traidor.”

Desde luego, no lo hizo, y al ser violentamente preguntado, se le dijo: “Traidor, vestido como está y condecorado, confiesa su traición. ¿Por qué usted hizo esto?”

Se produjo algo insólito con su respuesta: “Sí, fui yo, para que no sigan ocurriendo esas cosas.” Lo alzaron violentamente para sentarlo en la silla eléctrica; le arrancaron el saco de las condecoraciones y le dieron carga permanente hasta la muerte. Así caían cubiertos de gloria ambos jóvenes oficiales.

Desgraciadamente, el triste episodio no ha merecido menciones exultatorias, quizás por tratarse de ex oficiales militares, pero esos fueron los hechos contados a mí por alguien que los presenció antes de entrar en su turno de tortura.

Lo traigo como una muestra de lo que es el dominicano para que no se equivoquen los que entienden que todo eso ha desaparecido.

No. Está ahí y responderá en el momento cumbre de hundimiento, hecho puñado.

No revelo nombres y ésto se debe a que quien me contó del heroísmo de aquellos dos jóvenes militares también tuvo otros juicios, algunos muy duros, y me dijo: “Yo fui también torturado, pero jamás procuré reconocimiento porque era mi deber resistir a Trujillo. Manolo fue lo más puro que hemos tenido y usted verá que será olvidado y postergado. Esos oficiales fueron sacrificados y otros muchos de ellos, pero tampoco serán exaltados.

Todo ello lo confesaba un cuadro valiente del 1J4 a quien yo defendería por una desgraciada ocurrencia en la que se produjera un desenlace aciago, muy trágico y lamentable.

Me dijo en una de mis entrevistas de su nueva prisión: “Lo peor es enredar las cuestiones patrióticas en las reyertas políticas, pues hay mucha audacia y oportunismo en éstas.”

Yo prefiero hoy que sea alguno de los jóvenes historiadores nuestros que se dedique a investigar cuántos jóvenes oficiales militares cayeron por su rebeldía ante los excesos del despotismo.

Por ello me he limitado a escribir y hacer las menciones sólo de Narciso Viloria, los hermanos Pérez (Papito y Dondo) y Amado Kury, porque fueron mis compañeros de aula y perecieron por ser parte del tremendo complot del Capitán Marchena, cuya compañía de artilleros fuera exterminada.

Decenas de jóvenes soldados cayeron y no se sabe de sus nombres.

En verdad, es terrible el proceso de deformación y ocultación de los hechos, cuando han debido ser tratados en los debates prohijadores de prestigio y espacio para alcanzar el poder; es ciega la descalificación de los otros, como demencial la autoestima y pienso que de la única manera que pueden despejarse estas sombras es por el paso del tiempo, y éste de Pandemia es muy apropiado.

Pero, falta la consagración histórica hecha por plumas alejadas de las pasiones, que las tenemos, que bien podrían investigar ese aspecto del odiado Régimen, del cual no se han podido hacer juicios definitivamente certeros acerca de los caídos. Siendo tan espantoso, como en la viña del Señor, hubo de todo entre valores y cobardías. Ojalá se haga la incursión en los entresijos de tanto sufrimiento, especialmente en el seno de la conducta de tantos héroes anónimos, después de saber de sus gestos inmolatorios.

Esto que relato es solamente un caso, entre centenares, y haría bien que nuestros ejércitos, ahora devaluados por la indiferencia social que los desalienta, lo sepan; sus mártires y héroes existen, no sólo los señalados como sus verdugos, un error dañoso para el papel que les habrá de tocar en esta hora de la Patria en peligro.

De consiguiente, entiendo que no hago un ejercicio vano, ni beligerante siquiera. Es solo un consejo de alguien que vivió aquellos tiempos, que se habrá de ir de la vida entendiendo que aquellos que no los vivieron no podrían comprenderlo plenamente, sin la ayuda del apuntador histórico sereno.

En la Pandemia son muchas las corrientes que mecen los errores y los ensueños y creo que la manera más útil de pasar por ellas es elevarse sobre la disputa y recomendar la unidad y los reencuentros.

No quiero, finalmente, que esta Reminiscencia llegue a tener otro destino distinto a aquel propuesto por la buena fe de quien la escribe.

Se trata de un acto de justicia extrema loar a todos nuestros muertos, que así lo merezcan. Hora de Nación, del pensar profundo y sentir las exigencias de los llamados. Dios sólo aprueba lo decente. No pugnas, sólo deberes.

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