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El orgullo de la dominicanidad

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José Miguel Vásquez GarcíaSanto Domingo

La dominicanidad es un sentimiento definido, que se expresa en disimiles comportamientos entre los individuos que conforman la sociedad llamada República Dominicana. Es un modo de expresión con hilos conductores capaces de delatar nuestro origen, es la manifestación coincidente de alegría y pena, es esa vena que delata la identidad a través de gestos, expresiones y ademanes, no importando donde te encuentres, es esa manera de trasmitir la afectividad que traspasa el vínculo de sangre, los espacios, los colores. Ese gesto solidario que solo se frena frente a la confrontación entre Águilas y Licey.

El orgullo de la bandera, el escudo con la biblia, la proeza del símbolo nacional representado en tres padres de la patria, una independencia con separación de naciones, una combinación de razas que pare un genotipo en medio de una porción de la isla compartida, la conformación de dos naciones diametralmente diferentes en un mismo territorio, la combinación de todos estos ejes, es la sublime expresión de identidad cultural que nos identifica culturalmente como un pueblo muy original, atípico y especial.

Un país donde prevalecen las bellezas de sus playas, el verdor de su vegetación y el calor humano de los dominicanos, cualidades que se imponen a cualquier campaña detractora, con capacidad de sobreprotección de los grandes valores, imponiendo la insignia de marca país en las diferentes manifestaciones culturales, sociales y deportivas. Un país especial, donde el saludo se proyecta a través de la sonrisa, la alegría es el hilo conductor de vibraciones que se transmiten a través de su diversidad de encantos, entre ellos el pegajoso ritmo merengue, la contagiosa bachata, el embriagante sabor del exquisito manjar quisqueyano.

Por cada defecto de un dominicano, usted encuentra cientos de virtudes, por cada desvío de conducta de una persona o un grupo social, vamos a encontrar decenas de personas y de grupos que imponen sentimientos de grandeza y solidaridad de positivismo, de entusiasmo y de jocosidad, donde la alegría es el contagio de todos, donde los niños aprenden a decirle tío a los amigos de sus padres, donde los turistas se enamoran de la belleza de sus paisajes, de la fraternidad de sus habitantes, porque somos bendecidos por Dios.

Es un país donde el vecino es el familiar más cercano, donde los compadres son los padres sustitutos, los colmaderos están acorazados de primos, a la visita no se deja ir sin invitarlo a comer, donde los difuntos son los seres más nobles que existieron, donde las personas sienten el dolor ajeno, donde asume el compromiso del otro, sin que te lo hayan pedido, donde las celebraciones son tan emotivas que los invitados llegan de paracaídas, donde la música alta es considerada una manera de compartirla, y donde el baile con estilo es un sello peculiar. Un país que se acostumbra a lidiar con adversidades recurrentes, como huracanes, terremotos, inundaciones, calamidades sociales, crisis económicas. En poco tiempo, todo lo superamos, los males pasan a ser parte de la historia, un país sin odios ni rencores.

Desde nuestros orígenes, la fraternidad y la convivencia pacífica han sido nuestro norte, así nos lo hace saber la historia con nuestros aborígenes, los que nos enseñaron a valorar el conuco como fuente de alimentación a través de los víveres y verduras que hoy se imponen a la dieta sana. Conservamos de ellos, las celebraciones a través de los bailes, la fraternidad, la colaboración, la pasión por las festividades, practicando aun, los ritos de la cohoba. Hoy somos mestizos de color indio, únicos en el mundo, por la liga multi racial concebida con el cruce de aborígenes, españoles, africanos y otras razas que fueron llegando a la isla Hispaniola.

Con la impuesta mezcla, elaboramos la cosecha taína con el sabor creativo de la cocina africana, nos adaptamos y desarrollamos sus expresiones artísticas y parte de su cultura creativa y alegre con combinadas innovaciones culturales, que nos hacen sobresalir en el mundo, donde cada dominicano tiene detrás de la oreja el negro africano. Nuestras mujeres con el celaje de sus caderas cautivan el paladar del hombre y encienden la suspicacia de la propia mujer que, al caminar, aflora el ritmo cadencioso de la percusión como una marcha seductora.

Desde nuestros orígenes, la fraternidad y la convivencia pacífica han sido nuestro norte, así nos lo hace saber la historia con nuestros aborígenes, los que nos enseñaron a valorar el conuco como fuente de alimentación a través de los víveres y verduras que hoy se imponen a la dieta sana. Conservamos de ellos, las celebraciones a través de los bailes, la fraternidad, la colaboración, la pasión por las festividades, practicando aun, los ritos de la cohoba. Hoy somos mestizos de color indio, únicos en el mundo, por la liga multi racial concebida con el cruce de aborígenes, españoles, africanos y otras razas que fueron llegando a la isla Hispaniola.

Siendo así, es el compromiso obligado del Estado, de cada maestro, de cada uno de los ciudadanos, de cada padre, de cada madre, conservar la esencia de la bondad humana expresada en cada dominicano, impregnarle el sello de la alegría, educarlo bajo la coraza del desarrollo del temor a Dios, de las relaciones de amor al prójimo, de la tolerancia a los defectos de los demás, de la aceptación a vivir en un mundo de imperfecciones, donde solo el ser humano, con sus propios actos es capaz de cambiar el mundo, para dejar un legado positivo a las generaciones venideras.

Vamos a unirnos para que no se nos pierda ese cordón umbilical de generosidad. Vamos a hacer una cadena, donde nos propongamos brindar una sonrisa y un gesto de cortesía con todos los que nos rodean, sean de nuestro entorno, conocidos o no, hagamos nuestro mejor esfuerzo de que nada nos ofenda, ni nos lastime, vamos a creer en la buena fe de los demás, tengamos un corazón noble y siempre pensar buena fe de los demás, busquemos la bondad o construyámosla donde este escasa o inexistente. Prolonguemos más allá de la iglesia ese abrazo de paz, confraternidad y de devoción por el respeto de la persona y de sus bienes. El modo de recibir el amor del prójimo es entregando amor a los demás, comprender y aceptar a cada quien como es, sin pretender moldear al mundo a nuestra propia creencia, solo así podremos superar esta ola de violencia y temores.

¡Que Dios siga bendiciendo al noble pueblo dominicano!

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