Lady Di y yo
El doctor Alfredo Ricart Pellerano, en 1985, era el decano del Cuerpo Diplomático acreditado en el Reino de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. El embajador de nuestro país, experimentado y laborioso, se había convertido en el más antiguo de los representantes desempeñando sus funciones permanentes o concurrentes en Londres. En un hecho inusitado, justificado por razones de economía, Gran Bretaña cerró su sede en Santo Domingo; designando un embajador concurrente. A su vez, nuestro país cerró su embajada en Londres y me designó como embajador concurrente, permaneciendo en París como embajador ante Francia.
Después de las instrucciones del canciller Dr. José Augusto Vega Imbert, partí junto a mi esposa de entonces, Iraima Capriles, el lunes 25 de noviembre de 1985 desde París con destino a Londres Heathrow Airport, en el vuelo 309 de British Airways. A la llegada nos dirigimos al Berkeley Hotel en Wilton Place. Toda nuestra delegación, conformada además por las ministras consejeras Josefina Moya y Mary Rogers, también se alojó en el confortable hotel, recibiendo en todo momento las finas atenciones de nuestra adorable cónsul honoraria Jane De Wardener, con muchos años de edad y de servicio al país.
El martes 26 en la mañana nos entrevistamos separadamente con Eustace Gibbs, vice Marshal del cuerpo diplomático inglés, Louise Croll, Jefa del Departamento de México y Centroamérica y con el Barón Young, Ministro de Estado para asuntos exteriores y de la mancomunidad británica y el Viceministro DC Thomas. El miércoles 27 fui recibido a las doce del mediodía por Sir Antony Acland, Viceministro permanente y jefe del servicio diplomático. Después de un almuerzo libre, a las tres de la tarde visitamos a su Excelencia GM Mamba, alto comisionado por Swazilandia y nuevo decano del cuerpo diplomático en el 58 Port Street, SW1. Aquí me acompañó la señora De Wardener.
Llegó el día esperado, jueves 28 de noviembre, mi presentación de credenciales estaba pautada para las dos y media de la tarde. La emoción me embargaba, en pocos minutos estaría frente a la Reina de Inglaterra. Oraba con particular insistencia, dando gracias a Dios e invocando su protección, recordé a mi mamá de crianza (Ángela) y pensaba lo feliz que se hubiese sentido del acontecimiento; me vi una vez más en Samaná, contemplando el techo de nuestra casa desde mi lecho de enfermo casi permanente, después de renovadas lecturas de libros complejos pero orientadores e inspiradores para un niño de mi edad. Al mediodía tomé un prolongado baño en el jacuzzi de la habitación. Hacía frío en Londres pero el aire se sentía revitalizante. A las 2:19 de la tarde con frac, acompañado del teniente general Sir John Richards, Marshal del Cuerpo Diplomático, en un carruaje del Estado, tirado por fuertes caballos y escoltado por la policía montada, partimos hacia Buckingham Palace. En un segundo carruaje iban Doña Mary y Doña Josefina muy elegantes. Le seguía en un carro Doña Iraima con su dama de compañía Miss Diana Makgill. Las tres regiamente vestidas para la ocasión. A las dos y media de la tarde, en un sobrio y elegante salón, la Reina Isabel II, siempre de pie, me recibió en audiencia. Inmediatamente le presente a las ministras consejeras, Doña Mary y Doña Josefina. Le tocó el turno a Iraima y compartimos ella y yo con la Reina durante unos 15 minutos. La Reina no es fotogénica pero personalmente lucía muy bella con unos hermosos ojos azules con mirada inteligente y afectuosa.
La conversación fue general y abordó la posibilidad de que conociese la República Dominicana, nos dijo que estaba limitando los viajes, destacó nuestra juventud y formación académica e hizo empatía con Iraima, quien estaba embarazada de pocos meses. Eso me hizo señalarle, todavía no sabíamos el sexo de la criatura, que si era hembra le pondríamos en su honor Elizabeth.
Agradeció gentilmente. Ese momento nunca podré olvidarlo.
En marzo Iraima alumbró un varón, a Milton François, en la clínica del Dr. Peze, a unos 100 metros de los Campos Eliseos. Le prometimos entonces a la Reina a través de Miss Diana Makgill, que la próxima sería la vencida: Iraima Elizabeth.
Posterior a esos minutos de charla con la Reina, partimos entonces hacía el Hotel Berkely donde ofrecimos un vino de honor a invitados especiales, diplomáticos, funcionarios del gobierno británico e integrantes de la comunidad dominicana, entre ellos Doña Nelita Barletta, distinguida dama, casada con un caballero inglés.
Mientras yo descansaba en la habitación del hotel, Iraima se fue en taxi a Harrod’s a comprar los guantes que iban con el traje largo formal que llevaría esa noche. Finalmente encontró un par de guantes largos color crema dorado.
Recuerdo que Doña Mary Rogers alquiló un Rolls Royce del año para irnos a la fiesta que ofrecía la Reina al cuerpo diplomático. Llegamos a la hora precisa acordada por el protocolo inglés, las Ministras Consejeras Doña Mary Rogers, Doña Josefina Moya, señora De Ray Guevara y yo.
Varios salones acogen a los distintos y diferentes invitados. Los salones de entrada eran impresionantemente majestuosos como habría de esperarse del Palacio de Buckingham. El protocolo de la Corte de Saint James es muy exigente, gracias a Mrs. De Wardener, todos los detalles habían sido cubiertos. Ya nos habían informado en el orden en el que debíamos estar parados para ser saludados por la familia real de Inglaterra. Colocados en nuestros lugares correspondientes, se anuncia que Su Majestad la Reina de Inglaterra va a entrar al Salón en el que esperábamos nosotros.
La primera en saludar fue la Reina Elizabeth II, mis damas acompañantes hicieron su reverencia, (una pequeña inclinación de las rodillas para abajo con la espalda erguida). Ella tan esmerada en sus comentarios recordó que me había visto más temprano en el día y esperaba que disfrutara el banquete que ofrecía en Palacio a sus invitados. Luego le tocó al Príncipe consorte Felipe de Edimburgo, sin mayores comentarios. Uno a uno, los miembros de la familia real fueron pasando y saludando a todos sus invitados. A continuación la pareja esperada de la noche, el Príncipe Carlos y la Princesa Diana.
El saludo del Príncipe Carlos fue cortés y amable, me correspondía presentarle a mis Ministras Consejeras y a mi esposa. A él le llamó la atención que estuviera acompañado por tres damas, pero con una sonrisa real me deseó que disfrutara la velada.
Entonces llegó el momento de la Princesa. ‘¡Ah!’ pero la Princesa Diana era otra cosa. Vestida con un traje largo blanco con bordados en encaje y pequeñísimos cristales y lentejuelas blancas y grises, con su diadema sobre un pelo rubio corto, con uno de esos peinados que la hicieron famosa, se detuvo con nosotros más de lo que hizo con otros invitados.
Hice la presentación de las ministras consejeras, Doña Josefina Moya y Doña Mary Rogers. Esta última agregó que su padre había nacido inglés, Albert Williams Rogers. Lady Di se sintió complacida. A continuación hizo un comentario de halago sobre los guantes de Iraima, acerca de lo bonito que los encontraba. Yo le agradecí con las palabras protocolares correspondientes y ella entonces se quedó mirándome y con ese encanto tan particular que tenía y esa riqueza del idioma inglés, me dice, “usted está muy bien acompañado, y ¿cómo usted va a hacer con todas estas damas?, yo espero que usted pueda bailar con todas ellas esta noche, yo lo que no sé es como usted va a terminar la noche con ellas”.
Mientras bailaba con Iraima, en Buckingham Palace, los acordes de melodías tradicionales, recordé los castillos de arena que construía en el Cayo Levantado.
Años después, con la trágica muerte de Lady Di, comprendí lo que representa la soledad en compañía.