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Crimen de pastores en Villa Altagracia dejó a una madre al borde de la indigencia

La ayuda que el presidente Luis Abinader prometió a las familias afectadas en Villa Altagracia, una tarea delegada al ministro de Interior y Policía, Jesús “Chú” Vásquez, no ha llegado hasta doña Carmen

Doña Carmen Ferreras. Foto: José Alberto Maldonado.

Doña Carmen Ferreras. Foto: José Alberto Maldonado.

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Yadimir CrespoSanto Domingo, RD

En la más pe­queña de seis casas que se configuran en un callejón del sector La Piña, en Los Al­carrizos, vive Carmen Fe­rreras. De voz sofocada, un poco ronca, atrapada por achaques de salud, quizás pocos dominicanos conozcan, por su nombre, de quién se trata.

Aun así, gran parte de la sociedad recuerda cómo la noche del 30 de marzo de 2021 su hijo, Joel, fue asesi­nado junto a su esposa, Eli­sa, en Villa Altagracia, por un grupo de policías que, ba­jo las presuntas órdenes del coronel César Maríñez Lora, abrieron fuego sin confirmar la identidad de los que iban en el carro Kia blanco en su desplazamiento por la Auto­pista Duarte, según establece el expediente acusatorio que conoce en la justicia domini­cana.

Cuando aquel inciden­te en el que mataron a es­ta pareja de evangélicos, que causó la conmoción del país, el presidente Luis Abi­nader, visiblemente afligi­do, prometió brindarle todo el apoyo y ayuda que nece­sitaran las familias afecta­das, delegando esto al mi­nistro de Interior y Policía, Jesús “Chú” Vásquez.

Sin bien que recibieron algunas colaboraciones pa­ra el velatorio y entierro de los jóvenes, la casa de Car­men Ferreras, de menos de 20 metros cuadrados, blocks sin empañetar, techo de zinc y una puerta de metal oxida­do que da la bienvenida a un hogar sin paredes divisorias, más que un par de cortinas y cartones, refleja en cada es­quina no haber sido incluida en esa promesa.

“Ese apoyo de ese gobierno yo no lo he visto; fuimos adonde Chú, una ami­ga mía y yo, y ella luchó, hicie­ron una cotización y a mí no me han llamado”, contó do­ña Carmen, quien asegura que le prometieron ayudarle a arreglar y pagar su casita, hipotecada hace un tiempo para poder llevar al menor de sus hijos con ella a Uru­guay, donde vivía.

Uno de los sueños de su hi­jo Joel era ayudarle a sacar la casa de la hipoteca y era él quien le ayudaba cuando po­día, pues sobrevivía como taxista y luego trabajaba de auxiliar de informática en el Ministerio de Educación, se­gún la madre, pero tampoco esta entidad se ha manifesta­do luego de la muerte de su hijo en manos de miembros de “la principal institución del orden en el país”.

“Ese era su propósito, su proyecto”, dijo, sobre el pa­go de la hipoteca, “pero no pudo, mira cómo don Marí­ñez se lo comió”. Pero tam­bién, además de ayudarle a resolver cualquier proble­ma, trabajaba para poder traerla de Uruguay con el fin de que no siguiera tan lejos bajo las condiciones de salud que presenta.

Realidad

Doña Carmen emigró ha­ce años a Uruguay en bus­ca de trabajo. Primero lim­piaba casas, luego laboraba en una panadería y después en una peluquería, antes de crear su propio nego­cio y regresar al país por la muerte de su hijo mayor.

Pero “a última hora”, ex­presión que usa de forma constante para referirse a “actualmente”, le han surgi­do problemas pulmonares, intestinales y digestivos que le impiden ejercer algún ofi­cio.

Mientras uno de sus dos hijos vive en Uruguay, Car­men se mantiene junto a su nuera y una nieta, de ayu­da.

“A la merced de los que me ayuden”, así está, señalando entre sus samaritanos a la ma­dre de Elisa y al papá de Joel. No obstante, lo poco que le lle­ga esporádicamente no le rin­de entre las deudas de la casa y los medicamentos que debe costearse.

SEPA MÁS

La vivienda, que bien tendría el tamaño de la habitación de un apar­tamento de clase me­dia, tiene apenas tres ventanas. El lindero es una empalizada. El fre­gadero no existe, son unas poncheras de alu­minio y cubos de pin­tura o de helado llenos de agua, en una mesa de madera un tanto po­drida.

No hay ducha, ni lava­manos en el baño, un recuadro de zinc oxida­do cuya puerta es una cortina. Las tres damas que viven en esa casa no tienen privacidad al­guna, pues el espacio destinado al aseo perso­nal está construido en un patio casi comparti­do con las casas del al­rededor.

Allí, junto a un inodoro dañado que compró “a medio uso” tiene que to­mar el agua en un jarro desde un tanque y mojar toda la diminuta cabina de metal viejo.

Luego de que hablara con el asistente del mi­nistro Vásquez y trataran la cotización para el pago de la casa, se ha quedado a la espera de que la lla­men para concretar todo, como en la última oca­sión le dijeron.

Emérita Marte, madre de Elisa y quien ayu­da o visita a Carmen cuando puede, sugie­re que además se le de alguna pensión por su estado de salud o si le corresponde al­go por ley de la insti­tución gubernamental en la que Joel Díaz tra­bajaba.

Ese apoyo de ese Gobierno yo no lo he visto..., asegura doña Carmen Ferreras, vista en esta imagen explicando sus dificultades a la periodista Yadimir Crespo en su humilde hogar del sector La Piña, de Los Alcarrizos. Foto: José Alberto Maldonado.