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Enfoque: Política Internacional

Sanciones

1) Bob Menéndez. 2) Vladimir Putin. 3) Otto Reich.

1) Bob Menéndez. 2) Vladimir Putin. 3) Otto Reich.

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Carlos Alberto MontanerESTADOS UNIDOS

Hace 83 años co­menzó la Segun­da Guerra Mundial. Hitler fabricó una excusa para atacar Polonia. No era de recibo que los alemanes invocaran la ra­zón testicular para invadir a sus vecinos. Siempre conviene co­locarse en el plano de víctima.

Una unidad de las SS fingió ser atacada por rebeldes pola­cos en el pueblo fronterizo de Gleibitz, y se armó la marimo­rena durante seis horrorosos años. Aquella operación de “fal­sa bandera” le costó al planeta 60 millones de muertos y unos 350,000 millones de dólares de entonces.

Hoy Rusia pretende repetir lo mismo para tragarse a Ucra­nia, sólo que es mucho más di­fícil lograrlo. Entre los satéli­tes, los drones y los servicios de inteligencia, no hay espacio u oportunidad para hacer trampas.

Tampoco hay cálculo de cuán­tos muertos o plata costará una tercera guerra mundial, pero de­be ser infinitamente mayor que la Segunda. Basta con saber que un solo submarino atómico nor­teamericano posee más capaci­dad destructiva que toda la flota de guerra de ese conflicto.

En el camino, se van desarro­llando sistemas punitivos para no tener que recurrir a la guerra. Las grandes potencias, lógica­mente, le tienen un pánico mor­tal a las bombas nucleares. De ahí las amenazas. Las más conocidas son las “sanciones”. Según Bob Menéndez, el popular y podero­so senador demócrata por New Jersey, si Rusia trata de zampar­se a Ucrania el comité que presi­de (Foreign Relations) le impon­drá a Moscú “la madre de todas las sanciones”.

Si ya las sanciones vigentes les cuestan a los rusos, según dos in­vestigadores del Atlantic Coun­cil, más del 2.5% del PIB anual, ¿a cuánto ascendería la factura de “la madre de todas las sancio­nes”? No sé, pero sería una canti­dad enorme, y acaso disuadiría a Putin de lanzar la invasión.

Supuestamente, Estados Uni­dos, el Reino Unido y la Unión Europea comparten la idoneidad de las sanciones. Lamentable­mente, Alemania ha roto filas y parece marchar por otro sendero. Tomó, en su momento, una acti­tud que entonces resultaba ejem­plar: el cierre de todas sus plan­tas atómicas tras el desastre de Fukushima, en Japón, en el 2011.

Esa reacción ha dejado al país sin muchas salidas ante la crisis energética que se avecina si se le niega a Rusia la utilización del gasoducto a través del mar bál­tico, el Nord Stream 2, que le ha costado a Moscú 11 mil millones de dólares. La otra vía es el ga­soducto antiguo, a través de Polo­nia y Ucrania, hoy dos enemigos declarados de Rusia.

Simultáneamente, Alema­nia está buscando una fuente in­agotable y barata de energía por medio de los neutrinos, que pa­rece sacada de una historieta de ciencia ficción. (Pero a la que se apuntan una buena cantidad de científicos germanos). Al menos, teóricamente, ya está resuelta la conversión del bombardeo cons­tante de esas diminutas partícu­las desde el Sol a una forma utili­zable de energía.

En todo caso, las sanciones son una magnífica arma para comba­tir el narcotráfico y la corrupción. Ocurre, sin embargo, que los pro­pios corruptos utilizan las sancio­nes para intentar destruir a sus enemigos.

Recuerdo a un presidente gua­temalteco, que estuvo varios años preso en Estados Unidos tras ter­minar su mandato acusado de co­rrupción, pero cuando estaba en la Casa de Gobierno, acusó a un honrado consultor político ante la embajada de Estados Unidos. El consultor se defendió y le ex­plicó lo que sucedía al embajador norteamericano Otto Reich, un gran diplomático, y fue totalmen­te exculpado.

Salvo los casos de venganzas personales, como las que existie­ron en la guatemalteca “Comi­sión Nacional para el Seguimien­to y Apoyo al Fortalecimiento de la Justicia”, creada en ese país co­mo parte de los acuerdos de paz y encomendada a la ONU, que no hizo un buen trabajo, creo que, en general, valió la pena el es­fuerzo. Llevaban más de tres dé­cadas matándose.